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La pandemia sin nombre

Luis G. Castro luisgc@mac.com | Miércoles 27 julio, 2022

Castro

Probablemente comenzó en el amanecer de los tiempos y hoy, que aparenta casi llegar el atardecer, no solo continúa, sino que se hace más y más amplio su contagio; más ancho su horizonte. No es un virus, lamentablemente, porque los virus se identifican, analizan y finalmente se crean las defensas contra ellos, llámense vacunas o fármacos. Tampoco es una bacteria porque sería también posible su control a través de la ciencia. No tiene nombre, precisamente porque ha tenido tantos que no se puede identificar con uno solo y cada vez se le llama de formas más complejas y aparentemente sofisticadas, que nos confunden y solo logran hacer más difícil de comprender qué es. Dice un célebre científico norteamericano que cuando las cosas tienen un solo nombre, resulta más fácil luchar con ellas.

Esta pandemia se esconde tras la multiplicidad de sus orígenes, características y apelativos. Pero, aunque se divida y presente en millones de formas en realidad es un solo padecimiento y quizá uno de los más cruelmente naturales de la raza humana. Cruel porque sus manifestaciones causan horror, terror en muchos casos y los seres humanos parecemos inútiles ante ella porque no la reconocemos al verla nacer.

La vimos en el caso de una joven doctora, cuya vacación de playa se convirtió en el final de su vida, al ser asesinada por varios individuos. Se hizo patente en el caso de una bebé que sufrió un terrible vejamen, que no me atrevo ni a mencionar, por parte de un vecino. También ha sido evidente su presencia en múltiples asesinatos a sueldo y “guerras” entre diferentes grupos de narcotraficantes que se disputan territorio o “ajustan cuentas” con sus rivales. Es probable que la gran cantidad de causas aparentes de la pandemia sea otra razón por la cual se tiende a compartimentar en exceso su naturaleza, así como la clasificación de sus consecuencias.

Uno de los principales problemas actuales es la confusión que existe entre sus síntomas -anormales pero sujetos a falsas justificaciones- y la conducta sana de las personas. Como resultado de lo anterior y de la frecuencia de los casos, se tiende a considerar normal lo que luego termina en comportamientos malignos. Es así probable que una de las causas más frecuentes de la pandemia en la actualidad sea el ego profundo que se desarrolla en tantas personas, desde niños; el hecho de que este ego a menudo se convierte en narcisismo e incluso narcisismo maligno que desconoce hasta el valor de la vida de los demás. Pero hay más de fondo.

Otro grupo de causas frecuentes en la actualidad está en el terreno de la sustitución de los valores verdaderos por los nuevos antivalores materiales que, al mezclarse con el narcisismo ya mencionado, conducen al arrebato para conseguir lo que se desea para sí mismo. Simultáneamente, si dicha valoración de lo material o del poder se da en el terreno opuesto al narcisismo, es decir, como sensación de inferioridad extrema, la que, si llega a darse en un entorno hostil, por ejemplo, el de un joven sujeto constantemente a la burla o acoso de los característicos matones o “bullies”, la reacción es impredecible y también puede ser destructiva. Sea por narcisismo o por sensación de inferioridad, el resultado bien puede llevar a lo mismo que tantos otros casos de esta pandemia sin nombre. Así hemos visto situaciones como las que tristemente se producen en Estados Unidos, tanto en escuelas y colegios como en centros comerciales, donde repentinamente aparece alguien con armas de guerra y abre fuego contra los presentes. No es casualidad que se den estos casos, pues nadie identifica sus síntomas a tiempo, como lo que son, pues el problema recibe su nombre cuando los hechos demuestran lo trágico de sus resultados.

Lamentablemente, la pandemia también busca las alturas pues afecta con facilidad a personas de gran poder, desde pequeños dictadores tropicales “dueños” de su país, hasta líderes de una gran potencia que invade a otra nación, asesina en gran escala con misiles y artillería en contra de la población civil, como si matar seres humanos fuera un deporte, ya antes practicado por otros como el gran asesino de la humanidad durante la segunda guerra mundial o el tristemente famoso tirano del sureste asiático, que acabó con unos cuantos millones de personas el siglo pasado.

Obviamente no son el ego profundo, ni el minimizado, la única raíz de estos trágicos casos y tantos otros que conocemos. El narcisismo suele unirse con la psicopatía y a veces incluso con la habilidad maquiavélica -especialmente en el caso de los dictadores- para convertir la conducta destructiva en una especie de superación colectiva; llámese “limpieza” de la nación o de la raza, llámese justicia popular; y así, se cometen crímenes y crueldades con aplausos de fondo.

Todo lo mencionado sobre casos de comportamiento capaz de dañar o cegar vidas, se analiza comúnmente desde perspectivas personales y psicológicas del individuo que comete los hechos, desde puntos de vista políticos, sociales y aún geográficos, pero nunca se considera lo más importante, que todo lo anterior se trata realmente de lo mismo en diferentes formas. Es una terrible pandemia que solo se le examina y trata de controlar como hechos aislados y no como lo que es, un solo fenómeno cada vez más frecuente: la sumisión de los seres humanos ante la opción del mal. Nacemos con la voluntad y capacidad de elegir y hoy en dìa, con gran frecuencia, elegimos el mal. Por eso esta es la pandemia del mal. Si así lo comprendemos, estaremos mucho mejor preparados para hacerle frente, porque estaremos en guardia para identificar sus síntomas, posibles detonantes y frenos.

Ahora que los tiempos a menudo nos hacen creer que la opción más divertida es el contagio de la pandemia, hasta que nos explota, solo hay una vacuna para este terrible padecimiento de la humanidad: más y mejor educación; más importancia a los verdaderos valores, más vida en hogar y familia, más y más cultura constructiva, más y más acciones personales encaminadas al bien, más y más respeto y amor a la humanidad. “Lo único necesario para el triunfo del mal, es que los hombres buenos no hagan nada” dijo Edmund Burke”. Esto sí, esto no; es lo que necesitamos aprender y enseñar a decir, para que no nos llegue la noche.






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