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Detrás de la Cortina de Hierro

Nuria Marín nmarin@alvarezymarin.com | Lunes 09 noviembre, 2009



Creciendo junt@s
Detrás de la Cortina de Hierro

Ante la celebración del vigésimo aniversario de la Caída del Muro de Berlín, día histórico que marcó el inicio del fin de la Guerra Fría, aprovecho para compartir algunas vivencias personales en países detrás de la Cortina de Hierro.
Luego de la reunificación de Alemania visité Berlín. Las diferencias oeste-este eran aún perceptibles a simple vista, sin que influyeran las escasas partes del Muro aún en pie (hoy prácticamente inexistente). Llamaba la atención la penumbra ante la escasa iluminación y falta de publicidad en el este, así como la abismal diferencia en las flotillas vehiculares. Igualmente destacaban numerosas vallas anunciando el cronograma de traslado de oficinas de gobierno a la “nueva” capital.
Años después visité Hungría. Ahí el paso de la era soviética era menos perceptible. Existen algunos museos, entre ellos, uno alejado de la ciudad en el que están las pocas estatuas que sobrevivieron a la caída del régimen pro soviético.
Resultó interesante en Budapest, poder visitar un apartamento que recrea uno de la época soviética y escuchar el testimonio de una época de opresión, prohibiciones y carencias tanto materiales como de derechos individuales.
Es válido recordar el absoluto control estatal, que había en este como en el resto de los países bajo la órbita soviética, hasta en los más mínimos detalles: la comida (tarjetas de racionamiento), el trabajo (asignación y control de seguimiento de cada individuo), vivienda (la asignaba el Estado y para la cual las jóvenes parejas debían esperar incluso años).
Hasta el ocio era objeto de control. Los programas de televisión provenían de la URSS o bien eran controlados por el Estado. La información era sesgada y escasa. La música, autores e intérpretes pasaban por una férrea censura previa.
La libertad de tránsito era inexistente. Para transitar dentro del país se necesitaba permiso. Para viajar existían dos tipos de pasaporte, uno para transitar dentro de los países de la órbita soviética, otro para los más privilegiados que permitía salir a “occidente,” claro está que con graves consecuencias para sus familias en caso de no retorno.
Tanto en la República Checa como en Hungría percibí un interés colectivo de olvidar esas difíciles décadas de la Guerra Fría, igualmente un deseo por rescatar y destacar la dignidad y heroísmo de aquellos que murieron avasallados por las tropas soviéticas, entre otros, en los años 56 y el 68.
En Rusia, al igual que en esos otros países, me llamó la atención cómo algunas personas expresan una peligrosa melancolía por las seguridades que el régimen soviético aportaba (trabajo, vivienda) a la que se agrega en el caso de los rusos el orgullo herido ante la pérdida de su condición de potencia mundial.
El descontento con la democracia, sea este porque no significó mejoras económicas y sociales sustantivas, porque las expectativas eran excesivas o por frecuentes casos de corrupción, se trata, al igual que en América Latina, de una importante llamada de atención.

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