Italia quiere celebrar con usted
| Sábado 05 marzo, 2011
Italia quiere celebrar con usted
Desde la Edad Media los italianos (o itálicos) acostumbraban viajar por el mundo en busca de oportunidades exitosas de negocios y comercio.
Esto sin importar mucho si tenían que aceptar las banderas de España, Inglaterra o Brasil y de las nuevas repúblicas como las de América, donde ya había empezado el tiempo de las independencias. Muchas veces, se trataba simplemente de encontrar un trabajo honesto.
Por ejemplo, el conocido marinero y patriota nacido en Niza, Giuseppe Garibaldi, que en 1851 después de la derrota de las insurrecciones de 1848-49— se encontraba otra vez en América, y más precisamente en Nicaragua, pero no como revolucionario sino por el humilde intento (que fracasó) de ayudar un amigo a establecer un comercio entre Europa y El Salvador, utilizando el río San Juan.
Parece que por un breve tiempo Garibaldi visitó también Costa Rica. El padre de Federico Tinoco afirmaba haberlo encontrado en Puntarenas, donde se había establecido como aduanero Giovanni Battista Culiolo, apodado “Leggero”, un compañero tan fiel a Garibaldi hasta el punto de ser el único con él en el dramático momento en que, huyendo de la República romana rumbo a Venecia (que resistió un poco más), murió su esposa brasileña Anita.
Según algunos, Leggero fue oficial del ejército de Costa Rica y parece que se distinguió como valioso combatiente contra los filibusteros de Walker en la batalla de Rivas en 1856, donde fue herido (le amputaron un brazo), antes de regresar a Italia.
A mediados del siglo XIX los italianos no compartían entre ellos mucho más que el idioma y la memoria de una cultura común.
Pero esta era tan profunda que un número creciente de intelectuales, más revolucionarios y republicanos como Giuseppe Mazzini y Giuseppe Garibaldi, y otros más moderados y tácticos como Camilo Benso, conde de Cavour, el genial estadista y primer ministro del Rey de Cerdeña, consiguieron realizar aquella unidad nacional que sí animaba los sueños de los literatos desde Dante y Petrarca.
Jamás, en la historia moderna, se había dado una oportunidad de lograr la unidad política como País de Italia. Ocurrió así, de forma casi imprevista, gracias al éxito de la misión imposible de Garibaldi y sus famosos mil garibaldinos de camiseta roja.
Cuando Leggero lo supo era demasiado tarde y no llegó a tiempo para formar parte a la heroica expedición en el Sur de Italia, contra el ejército de los Borbones de Nápoles (el reino de las dúas Sicilias).
Con un hábil juego diplomático entre Londres y París, contra Roma (el Vaticano) y Viena, el 17 de marzo del 1861 concluye el valioso esfuerzo y el sacrificio de muchos patriotas entusiastas que desde 1821 habían empezado las conspiraciones y se dieron las condiciones para que Vittorio Emanuele II, Rey de Cerdeña, pudiese tomar en sus manos el proceso.
Con base en los plebiscitos que acababan de apoyarlo, él asigna una ley, la n.1 del Reino de Italia, nominándose el rey de todos los italianos.
Milaneses, genoveses, napolitanos y sicilianos eran de inmediato pertenecientes a una Italia por primera vez unida, más o menos en el mismo tiempo en que la Confederación de estados alemanes se unificaba en una única nación.
Desde aquel día han pasado ya 150 años. La memoria del tiempo transcurrido, así como de las transformaciones sufridas por Italia desde 1861, será celebrada con un concierto del pianista Roberto Prosseda y un acto público en el Teatro Nacional la noche del mismo 17 de marzo, pero de 2011. Están todos ustedes invitados.
Diego Ungaro
Embajador de Italia
Desde la Edad Media los italianos (o itálicos) acostumbraban viajar por el mundo en busca de oportunidades exitosas de negocios y comercio.
Esto sin importar mucho si tenían que aceptar las banderas de España, Inglaterra o Brasil y de las nuevas repúblicas como las de América, donde ya había empezado el tiempo de las independencias. Muchas veces, se trataba simplemente de encontrar un trabajo honesto.
Por ejemplo, el conocido marinero y patriota nacido en Niza, Giuseppe Garibaldi, que en 1851 después de la derrota de las insurrecciones de 1848-49— se encontraba otra vez en América, y más precisamente en Nicaragua, pero no como revolucionario sino por el humilde intento (que fracasó) de ayudar un amigo a establecer un comercio entre Europa y El Salvador, utilizando el río San Juan.
Parece que por un breve tiempo Garibaldi visitó también Costa Rica. El padre de Federico Tinoco afirmaba haberlo encontrado en Puntarenas, donde se había establecido como aduanero Giovanni Battista Culiolo, apodado “Leggero”, un compañero tan fiel a Garibaldi hasta el punto de ser el único con él en el dramático momento en que, huyendo de la República romana rumbo a Venecia (que resistió un poco más), murió su esposa brasileña Anita.
Según algunos, Leggero fue oficial del ejército de Costa Rica y parece que se distinguió como valioso combatiente contra los filibusteros de Walker en la batalla de Rivas en 1856, donde fue herido (le amputaron un brazo), antes de regresar a Italia.
A mediados del siglo XIX los italianos no compartían entre ellos mucho más que el idioma y la memoria de una cultura común.
Pero esta era tan profunda que un número creciente de intelectuales, más revolucionarios y republicanos como Giuseppe Mazzini y Giuseppe Garibaldi, y otros más moderados y tácticos como Camilo Benso, conde de Cavour, el genial estadista y primer ministro del Rey de Cerdeña, consiguieron realizar aquella unidad nacional que sí animaba los sueños de los literatos desde Dante y Petrarca.
Jamás, en la historia moderna, se había dado una oportunidad de lograr la unidad política como País de Italia. Ocurrió así, de forma casi imprevista, gracias al éxito de la misión imposible de Garibaldi y sus famosos mil garibaldinos de camiseta roja.
Cuando Leggero lo supo era demasiado tarde y no llegó a tiempo para formar parte a la heroica expedición en el Sur de Italia, contra el ejército de los Borbones de Nápoles (el reino de las dúas Sicilias).
Con un hábil juego diplomático entre Londres y París, contra Roma (el Vaticano) y Viena, el 17 de marzo del 1861 concluye el valioso esfuerzo y el sacrificio de muchos patriotas entusiastas que desde 1821 habían empezado las conspiraciones y se dieron las condiciones para que Vittorio Emanuele II, Rey de Cerdeña, pudiese tomar en sus manos el proceso.
Con base en los plebiscitos que acababan de apoyarlo, él asigna una ley, la n.1 del Reino de Italia, nominándose el rey de todos los italianos.
Milaneses, genoveses, napolitanos y sicilianos eran de inmediato pertenecientes a una Italia por primera vez unida, más o menos en el mismo tiempo en que la Confederación de estados alemanes se unificaba en una única nación.
Desde aquel día han pasado ya 150 años. La memoria del tiempo transcurrido, así como de las transformaciones sufridas por Italia desde 1861, será celebrada con un concierto del pianista Roberto Prosseda y un acto público en el Teatro Nacional la noche del mismo 17 de marzo, pero de 2011. Están todos ustedes invitados.
Diego Ungaro
Embajador de Italia