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Como el caracol

Pedro Oller poller@ollerabogados.com | Martes 19 febrero, 2008


Como el caracol

Pedro Oller

Tiempo al tiempo, eso dice el caracol tico que celebra la parsimonia.
Como celebro yo también el editorial del miércoles anterior de LA REPUBLICA que rememoraba no solo el décimo aniversario de la concesión del aeropuerto Juan Santamaría, sino también la falta de los resultados que se anticipaban. Tiempo de penurias a tiempo en que se va Alterra y nada queda.
El tiempo es una consideración que en nuestro país adquiere dimensiones propias, distintas al factor determinante para la toma de decisiones que reviste en otras latitudes. Nos hemos acostumbrado a vivir a un ritmo propio y, en virtud de esa asimilación, llegamos incluso a justificar nuestra lentitud e incapacidad de resolución. Me ha tocado, porque hay que seguir viviendo y trabajando y, aunque berreamos, poco hacemos y menos logramos.
Tiempo para una inversión extranjera, tiempo para la tramitación (don Jorge Woodbridge en estas páginas ayer), tiempo para la contratación, tiempo de espera por falta de personal calificado. Tiempo que perdemos porque no estamos corriendo al paso de la competitividad regional.
Tiempo de espera con el Cafta. Tiempo de apremio con la nueva ley de tránsito. Tiempo de iniciativas que salvo por las mencionadas, pasan inadvertidas. Tiempo desperdiciado. Tiempo diputadil. Que de edil romano, tiene poco a pesar del tiempo.
En adición, el año pasado la Contraloría amonestó (¿que significará eso entre instituciones, será como la tarjetica amarilla del anterior mandatario?) a la Caja por las largas listas de espera y la falta de planificación. No es la primera vez y, de suponer que este mayo, la Contraloría nuevamente emitirá un nuevo informe, porque la situación para los asegurados no ha tenido una mejoría palpable.
O, por ejemplo, la administración de justicia que no es pronta y en cuanto a lo cumplida nos queda todavía la duda. No solo es el caso de los juicios civiles que toman años para resolverse, los contencioso-administrativos que toman décadas sino ahora también, los protagónicos procesos penales que, en medio del despliegue noticioso y sensacionalista, toman más de mil días para formular formal acusación como en el caso del ex presidente Rodríguez o, el interminable juicio e insuficiente sentencia para Parmenio. Insatisfecho el tiempo, salvo por las páginas y espacios cubiertos con la intemporal noticia de un proceso inacabable.
En materia de infraestructura, ni mencionar la dichosa vía a Caldera. Si había un proyecto para ampliar la vía a Cartago o Heredia, el tiempo los borró. Lo mismo con la carretera a Limón (sin derrumbes por el tiempo), el tren que se tomaba su tiempo para arribar y la novel idea del tranvía.
Si no es por el tiempo, todas ya realizadas. Y valga entonces preguntarse, ¿cómo vamos con la concesión del Daniel Oduber que pasó de potrero a aeropuerto internacional? Y, el rezago en generación eléctrica ¿se seguirá pagando con petróleo? Tiempo para el agua, limpia y cristalina, que en el casco central es ocasión de un megaproyecto que el tiempo ha llevado a cuentagotas.
Algunas cosas han mejorado: licencias y pasaportes hoy se consiguen en minutos y no en días como solía suceder. ¿Cuán difícil resultará replicar el modelo en cosas similares y también en las más ambiciosas y por ende, disímiles? Solo el tiempo, podrá decirlo. Y que me perdonen Marcello Pignataro y Francisco Villalobos, coautores de estas páginas, a quienes hoy solo les hago eco de lo dicho ayer… porque el tiempo apremia.

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