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Un pueblo endeudado

Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 30 diciembre, 2009



Un pueblo endeudado


Miles de familias costarricenses amanecerán este viernes próximo, primer día del año nuevo, con deudas que tienen poca probabilidad de poder pagar. Están apalancadas a tal punto que si no pegan la lotería o salen beneficiadas por algún milagro, corren el riesgo de perder su casa, y cualquier otro bien que hayan logrado acumular a través del tiempo. Este tema no se ha estado tratando en los medios de comunicación, pero es como si un gran tsunami financiero estuviera acercándose a las costas del país y los bañistas siguen jugando voleibol, fútbol, surfeando, asoleándose y despreocupados.
Solo lo que son las deudas en las tarjetas de crédito asciende a varios millones que equivalen a $2 mil por cada habitante del país, incluyendo menores de edad, ancianos, trabajadores y ociosos. Para muchos la tarjeta de crédito no es un instrumento de pago, sino que se ha convertido en una manera de hacer un préstamo. En un país con un ingreso per cápita anual de $5.800 aproximadamente, la cifra es impresionante. No se sabe con exactitud cuál pueda ser la morosidad en las tarjetas de crédito, pero aparentemente hasta el momento es manejable para los emisores. No extraña la despreocupación de quienes emiten las tarjetas; con intereses anuales que muchas veces superan el 50% hay espacio para que unos cuantos tarjetahabientes no paguen sus cuentas sin que les afecte.
Si fuera solamente el endeudamiento con las tarjetas ya sería preocupante, pero se estima que otras deudas, excluyendo las hipotecas en los hogares, ascienden a un monto semejante. Préstamos personales y el financiamiento para la adquisición de automóviles, artículos electrónicos como televisores, enseres como cocinas, refrigeradoras, y lavadoras, joyería y relojes suman otros $2 mil por cada habitante de la nación.
Muchos jefes de hogar se han convertido en malabaristas, viendo como “piden prestado a Pablo para pagar a Pedro”. Pero si pierden el empleo, o se enferman, o enfrentan algún tipo de crisis familiar, es posible que no puedan mantenerse a flote.
Los costarricenses han “progresado” mucho desde la época en que manejaban una libreta en la pulpería de la esquina. En aquel entonces el pulpero que no lograba distinguir entre los “responsables” y los “malapaga” corría el riesgo de perder su negocio, y más de uno quebró por ser demasiado generoso con la libreta.
Mientras sea un porcentaje pequeño de hogares los que llegan a la quiebra, el estigma y la vergüenza caen sobre los familiares que no fueron “prudentes”, y que no supieron manejar sus finanzas. Pero si de repente colapsa una proporción significativa en un año como el venidero, entonces el impacto sí será como un tsunami, poniendo en peligro a ciertas instituciones financieras y quebrando a negocios comerciales que han vivido vendiendo productos y servicios a personas que han comprado “fiado”. En estas circunstancias los consumidores culparán a la empresa privada y al gobierno, el segundo por no protegerlos de sus imprudencias y el primero por “promover el consumo obsesivo”. Nadie querrá aceptar culpa por sus propios excesos.
Al arrancar el año nuevo sería buen momento para que las diversas superintendencias desarrollaran planes de contingencia frente a una posible crisis de esta naturaleza. Las familias deberían examinar con objetividad su situación y tomar decisiones para reacomodar sus finanzas y evitar más uso del crédito.

cdenton@cidgallup.com

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