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La función universitaria desde la óptica de la Investigación, la docencia e innovación

Gonzalo Villalta Gewurtz gonvilge@yahoo.com | Viernes 06 julio, 2018

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La función universitaria desde la óptica de la Investigación, la docencia e innovación

Con el pasar de los años por los diversos estamentos de las universidades, en donde he desempeñado cargos, he llegado a concluir que estas son complejas en su accionar; holísticas sus acciones que hacen de nuestra función rectora, una tarea ardua e interesante en sí misma.

Las características inherentes a la propia universidad, desde sus orígenes medievales, ponen en el debate una serie de temas pertinentes (los cuales, con la universidad moderna, pasan por esa división de universidades profesionalizantes y universidades de investigación) y esa función de compromiso que se debe exaltar hoy en día.

Me inquieta que uno de esos temas en debate es un marcado divorcio, al menos en nuestro contexto americano, entre la investigación, la docencia y la innovación educativa. De ahí que hoy día se vuelve un imperativo impulsar estrategias creativas y efectivas para su necesaria articulación, que conlleve al logro de mejores resultados y cumplimiento de la responsabilidad que el Estado y la sociedad les han asignado a las universidades.

Sabemos, quienes estamos en el día a día, que la docencia como la investigación son funciones sustantivas de la universidad. En el desarrollo de la educación universitaria y en pleno apogeo de una nueva sociedad marcada por el conocimiento, como mercancía de primer orden, resurge el debate de la ruptura de fronteras entre estas tareas esenciales de las universidades.

Además, aunque no como función sustantiva, sino como un eje trasversal y muy de la mano del principio de pertinencia, se posiciona hoy más que nunca el tema de la innovación educativa como elemento indispensable para la calidad de la educación que brindan las universidades.

A mi juicio, ni una ni otra es más importante, las dos son esenciales para que las universidades se mantengan vivas en la era del conocimiento y la era digital, para que cumplan con su rol de formación de ciudadanos del más alto nivel científico, humanístico y cultural y generen conocimiento para el desarrollo humano sostenible.

Además, considero que ambas son indispensables para garantizar la calidad de una buena enseñanza y por consiguiente de los aprendizajes de las personas que se forman en las diversas áreas del saber humano en sus espacios formativos, de donde deben egresar con las calificaciones y competencias que les lleven a desempeñarse con propiedad en el mundo de hoy, por cierto muy exigente y cambiante.

La discusión se debe en parte, a que la investigación se ha situado, en muchas universidades, en un lugar de preeminencia, siendo el número de investigaciones y publicaciones el mérito de mayor peso para el reconocimiento, méritos y reclasificaciones del profesorado universitario, aspectos ayunos en nuestros países de la región, por cierto.

Ante este debate, que no es de hoy, resultan interesantes las reflexiones que en 1990 ya hacía el destacado filósofo y educador norteamericano Ernest L. Boyer, en su informe especial “Scholarship Reconsidered: priorities of the professoriate”, documento donde reflexiona sobre lo que significa ser un académico y las prioridades del profesorado, tras la consulta a 5 mil profesores universitarios.

Boyer propone repensar, de manera más creativa, lo que significa ser un académico de manera que la docencia ocupe, igual que la investigación, un lugar importante y reconocido en las escalas de promoción y reconocimiento que tienen los profesores universitarios hoy; ante ello tenemos la palabra; mientras en mi representada damos inicio a la gestión este mismo año.

Finalmente, debemos tener en cuenta que el prestigio de una institución de educación superior, se mide en parte, por la calidad de los profesionales que egresan de ella y la misma no cabe duda está determinada en gran manera por la excelencia y eficacia de la práctica docente de sus profesores.

Y en el momento actual, donde la obsolescencia del conocimiento es cada vez más rápida, la universidad debe ser innovadora en todos sus procesos y funciones. La innovación y la creatividad deben ser parte de la agenda cotidiana de las instituciones de educación superior, como un medio para mejorar y cumplir los fines de la educación.






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