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FORO DE LECTORES


Insensibilidad ante las tragedias humanas

Eric Scharf est@sferalegal.com | Miércoles 07 agosto, 2019

Eric Scharf

En setiembre de 2015 el mundo se conmovió con la fotografía de Alan Kurdi, un niño sirio de 3 años fallecido boca abajo en la arena de la costa suroeste de Turquía. Alan era parte de un grupo de casi 30 sirios que escapaba de la guerra civil en su país e intentaba llegar a Grecia. Sin embargo, varios de ellos se ahogaron cuando su pequeña embarcación naufragó.

Alan es solo uno de los más de 500.000 muertos que han resultado de la guerra civil en Siria en ocho años. La impactante fotografía de Alan graficó la grave crisis humanitaria vivida por el pueblo sirio, despertando al mundo entero de la indiferencia ante tal tragedia humana.

Por su parte, Ángel -nombre ficticio- es uno de los aproximadamente 36.000 niños que, durante los primeros cuatro meses del 2019, han sido detenidos tratando de entrar solos e ilegalmente a Estados Unidos. A Ángel, de tan solo 3 años, lo encontraron llorando y abandonado en un campo de maíz en Texas con un número de teléfono y su nombre escritos en sus zapatos. Sus padres le pagaron a un “coyote” para que trajera al niño a Estados Unidos, a donde ellos habían huido tiempo antes para escapar de la pobreza de su país de origen.

El triste caso de Ángel representa a esos miles de niños asustados, desorientados y abandonados a su suerte en busca de una supuesta mejor vida. Es la migración más vulnerable hacia los Estados Unidos. Desafortunadamente esa desgracia migratoria de nivel humanitario que afecta al pueblo centroamericano es desconocida por muchos o minimizada por otros.

Finalmente conocemos la historia de Ana Frank, una niña judía de 13 años de edad, que escribió un diario durante los 2 años que estuvo escondida en un ático, huyendo de la persecución nazi contra el pueblo judío luego de la invasión a Holanda. Los nazis descubrieron su escondite y la deportaron junto a su familia a los campos de concentración de Auschwitz y luego de Bergen-Belsen donde falleció.

Ana fue una de aproximadamente un millón y medio de niños judíos que murieron en el Holocausto, en el que seis millones de judíos fueron asesinados por el régimen nazi. Cuando su diario fue descubierto y publicado años después, Ana se convirtió en un símbolo de lucha ante una de las barbaries más vergonzosas de la humanidad, que muchos ignoraron durante los 6 años de guerra y otros inclusive niegan hoy en día.

¿Porqué cuento estas historias? Recientemente Juan Diego Castro utilizó situaciones propias del Holocausto dentro de una rencilla personal con una persona de fe judía, banalizando de manera insensible lo que el Holocausto (“Shoá”) representa para el pueblo judío -y para la humanidad entera-.

Desvalorizar, despreciar, minimizar -y en algunos casos hasta negar- el significado de las mencionadas tragedias humanas es un acto de hostilidad deliberada contra los pueblos víctima de dichas fatalidades y contra su historia.

Este tipo de expresiones son odiosas, despectivas, amenazantes y dolorosas. Aunque no debemos sobreactuar ante ellas, es importante reconocer que, en algunos casos, no se quedan en palabras. La historia ya nos ha demostrado que pueden luego desarrollarse en intolerancia, difamación, discriminación, racismo, antisemitismo y crímenes de odio.

Como lo indicó Abraham H. Foxman, Director Nacional del Anti-Defamation League y sobreviviente del Holocausto, “la libertad de expresión no es solo un derecho, sino también una responsabilidad”. Debemos ejercerla con mucho cuidado, sin ignorar la realidad histórica, sensibilidades y condición humana de quienes son distintos a nosotros. Y es aún más importante utilizarla para destacar los puntos de encuentro en la diversidad, con el objeto alcanzar el progreso social y la generación de un ambiente pacífico y solidario.

No sorprende que mensajes insensibles como el referido se presenten en países en los que el respeto por las personas y los derechos humanos es la excepción. Sin embargo, es particularmente preocupante y perturbador que suceda en Costa Rica, país de paz y empatía con todos los pueblos.







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