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FORO DE LECTORES


¿Voto estratégico o sincero?

Andrzej Baranski a.baranski@nyu.edu | Lunes 17 enero, 2022

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Andrzej Baranski Madrigal

Profesor de Economía New York University Abu Dhabi

En una democracia ideal el propósito de las elecciones presidenciales es agregar las preferencias políticas de los ciudadanos de forma que se respete el deseo de la mayoría. Pareciera una extensión lógica afirmar que, si todos los electores votaran por su candidato favorito de forma sincera, ganaría el preferido por la mayoría. Sin embargo, como demostraré en esta columna, lo anterior solo aplica para elecciones con dos candidatos, pues una vez que aumenta el conjunto de posibles candidatos, no hay garantía de que gane un candidato preferido por el mayor número de votantes. Los electores, al anticipar una eventual segunda ronda en la cual compitan sus candidatos menos predilectos, entran en un dilema estratégico que quizá solamente resolverán adentro de la urna con la papeleta en frente.

Los procedimientos electorales de nuestro país no garantizan que siempre resulte electo un candidato preferido por la mayoría. Esta aseveración requiere de un gran nivel de formalismo matemático en teoría de juegos para demostrarse rigurosamente. En esta breve columna intentaré ilustrar de forma sencilla y por medio de un ejemplo por qué no siempre gana aquel candidato que todos prefieren, por qué ello conlleva a un gran margen de indecisos, y por qué el voto estratégico es también un voto sincero.

A manera de ilustración, considere una elección con seis candidatos y dos rondas electorales en caso que ningún candidato obtenga más del 40% de los votos. Solamente pasan a segunda ronda los dos candidatos con mayor porcentaje. En este ejemplo, consideramos cuatro candidatos centristas o moderados ideológicamente, que en total son los predilectos del 60% de la población. Existen además dos candidatos de extremos ideológicos opuestos (por ejemplo, en materia religiosa o económica) y cada cual con un 20% de apoyo. En una democracia ideal, debería resultar electo algún candidato del centro, no por el hecho de ser ¨centrista¨, sino porque representa las preferencias de la mayoría de la población.

Sin embargo, puede suceder lo opuesto dependiendo de quienes clasifiquen a la segunda ronda. Imagine la muy probable situación en la que ningún candidato del centro obtiene más del 20% de los votos, por ejemplo 15% cada uno. A segunda ronda clasificarían los candidatos extremos. En una sociedad altamente polarizada (como la nuestra), podríamos argüir que ha ganado uno de los candidatos aborrecidos por el 60% de los votantes. Este ejemplo demuestra que, dadas las reglas electorales, no hubo una agregación fidedigna de las preferencias de los votantes.

Ante esta disyuntiva, y devuelta a la realidad costarricense, no es de extrañar que una gran masa de votantes se declare indecisa (algo que revelan las encuestas). Mientras muchos esperan recolectar un poco más de información sobre las aptitudes de los candidatos para decidir su voto, una gran mayoría debe estarse preguntándo cómo utilizar su voto inteligentemente. De manera estratégica, esperan que su voto no diluya las probabilidades de elegir a alguno de los candidatos favoritos e indirectamente incremente las posibilidades de pasar a segunda ronda de los candidatos menos favorecidos. Tras varias noches en vela realizando cálculos mentales, múltiples amistosas discusiones en redes sociales, el votante se encuentra tal y donde empezó en su búsqueda de una estrategia de votación. Lamentablemente, este dilema no tiene una salida clara, ni en la teoría, ni en la práctica.

En el campo de la teoría económica de juegos, a esta situación se le conoce como un problema social de coordinación. Los votantes con preferencias centristas podrían ganar como conjunto si lograran coordinar su voto. Pero ha quedado empíricamente demostrado mediante experimentos económicos que conforme aumenta la cantidad de alternativas y de personas involucradas en una decisión colectiva, decrece la capacidad de coordinar. Dado que este fenómeno emerge en experimentos económicos de laboratorio con grupos de pequeña escala, es fácil extrapolar a una situación con cientos de miles de votantes y más de veinte candidatos, como la que enfrenta nuestro país.

Algunos han satanizado el uso del voto estratégico como si fuera una acción inmoral y contraria al espíritu original del sufragio. Sin embargo, este mecanismo es una sincera expresión de los ciudadanos de querer evitar la elección de un candidato alejado de sus ideales y un intento genuino por contribuir a que las preferencias de la mayoría se vean reflejadas en el resultado. Las últimas encuestas al cerrar el ciclo electoral podrían fungir como un punto focal de coordinación si alguno de los candidatos se vislumbra como un o una líder con posibilidades reales. Pero mientras las diferencias sean pequeñas, el voto estratégico no será efectivo, pues se convierte en un simple ejercicio de adivinación.

Mientras tengamos el mismo sistema electoral, seguiremos enfrentando a lo largo de nuestra historia situaciones como las descritas en este breve artículo. En otra ocasión compartiré sobre posibles variantes a nuestras reglas electorales que podrían mejorar la agregación de las preferencias colectivas en un entorno pluripartidista. Aun en medio de este panorama, espero que celebremos el voto como un loable ejercicio democrático por medio de discusiones informadas, razonamientos objetivos y gran orgullo cívico.







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