Un lugar para los mejores
| Lunes 31 enero, 2011
Un lugar para los mejores
Durante mis primeros años de formación en psicología, algunos profesores decían que la competencia en el mercado laboral era fuerte, pero que siempre habría un espacio para los mejores. Hace casi dos años, en un foro con estudiantes universitarios, yo les decía que ya nadie tiene trabajo asegurado.
Un comunicado reciente de mi colegio profesional confirmó mis impresiones, en promedio se gradúan dos psicólogos al día, lo que francamente dificulta el acceso al empleo para muchos de ellos.
El problema para esta o cualquier otra profesión no se limita a una oferta académica que responde a la posibilidad de atraer jóvenes a las aulas más que a la posibilidad de colocación futura. El origen, o al menos una de las principales causas, se encuentra en el discernimiento previo a la elección. Hay quienes defienden con justa razón que no se puede ir en contra de la vocación de una persona, pero la verdad es que muchos estudiantes se ven en la necesidad de elegir carrera sin tener una noción clara de toda la oferta disponible y con una idea confusa de lo que cada profesión es en realidad, o bien, eligen por las razones equivocadas.
Me he encontrado ante la paradoja de estudiantes de psicología que buscan, a través de sus estudios, superar sus problemas personales sin tener que recurrir a un psicólogo; cual estudiante de odontología cuyo fin es quitarse sus propias caries. También hay más de un estudiante de criminología que sueña con convertirse en algo parecido a un personaje de la serie de televisión C.S.I.
Tenemos los casos clásicos: los que estudian la carrera mejor pagada, la que papi dijo, o aquella que le haga parecer más osado; el que estudia la que le permite la nota de ingreso, o bien, la que puede pagar. Y está también el que estudia lo que le gusta y satisface, pero después no encuentra trabajo.
En cualquiera de los casos terminan trabajando en algo con lo que no tenían un compromiso auténtico; trabajando porque lo necesitan para ganar dinero para vivir, no como parte de la vida misma.
En estos casos es necesario buscar el sentido de la ocupación que se tiene, indiferentemente si se soñó con ella o no. Hay que preguntarse: este trabajo que hago ¿qué fin cumple?, ¿por qué la sociedad necesita que haya personas que realicen esta función?, ¿para qué la necesito yo?
Quizá respondiendo lo anterior logremos sentirnos más satisfechos con lo que hacemos. Tal vez si contestamos esas preguntas antes de escoger carrera, se facilite hacer un buen discernimiento.
Y si llegado el momento de salir de las aulas no se encuentran oportunidades, les tocará construirlas a ellos mismos; esa será una gran oportunidad de demostrar quiénes son y de lo que son capaces.
Rafael León Hernández
Psicólogo
Durante mis primeros años de formación en psicología, algunos profesores decían que la competencia en el mercado laboral era fuerte, pero que siempre habría un espacio para los mejores. Hace casi dos años, en un foro con estudiantes universitarios, yo les decía que ya nadie tiene trabajo asegurado.
Un comunicado reciente de mi colegio profesional confirmó mis impresiones, en promedio se gradúan dos psicólogos al día, lo que francamente dificulta el acceso al empleo para muchos de ellos.
El problema para esta o cualquier otra profesión no se limita a una oferta académica que responde a la posibilidad de atraer jóvenes a las aulas más que a la posibilidad de colocación futura. El origen, o al menos una de las principales causas, se encuentra en el discernimiento previo a la elección. Hay quienes defienden con justa razón que no se puede ir en contra de la vocación de una persona, pero la verdad es que muchos estudiantes se ven en la necesidad de elegir carrera sin tener una noción clara de toda la oferta disponible y con una idea confusa de lo que cada profesión es en realidad, o bien, eligen por las razones equivocadas.
Me he encontrado ante la paradoja de estudiantes de psicología que buscan, a través de sus estudios, superar sus problemas personales sin tener que recurrir a un psicólogo; cual estudiante de odontología cuyo fin es quitarse sus propias caries. También hay más de un estudiante de criminología que sueña con convertirse en algo parecido a un personaje de la serie de televisión C.S.I.
Tenemos los casos clásicos: los que estudian la carrera mejor pagada, la que papi dijo, o aquella que le haga parecer más osado; el que estudia la que le permite la nota de ingreso, o bien, la que puede pagar. Y está también el que estudia lo que le gusta y satisface, pero después no encuentra trabajo.
En cualquiera de los casos terminan trabajando en algo con lo que no tenían un compromiso auténtico; trabajando porque lo necesitan para ganar dinero para vivir, no como parte de la vida misma.
En estos casos es necesario buscar el sentido de la ocupación que se tiene, indiferentemente si se soñó con ella o no. Hay que preguntarse: este trabajo que hago ¿qué fin cumple?, ¿por qué la sociedad necesita que haya personas que realicen esta función?, ¿para qué la necesito yo?
Quizá respondiendo lo anterior logremos sentirnos más satisfechos con lo que hacemos. Tal vez si contestamos esas preguntas antes de escoger carrera, se facilite hacer un buen discernimiento.
Y si llegado el momento de salir de las aulas no se encuentran oportunidades, les tocará construirlas a ellos mismos; esa será una gran oportunidad de demostrar quiénes son y de lo que son capaces.
Rafael León Hernández
Psicólogo