Un diputado sin curul
| Miércoles 24 marzo, 2010
Un diputado sin curul
Cuando un diputado está levantando su mano, manifestando su respectiva voluntad en la acción del voto, es plenamente su propia responsabilidad expresada. Sin embargo, por ahí se deja escuchar una frasecita que lejos de molestar más bien insta a reflexionar, por las implicaciones mismas y me refiero a la expresión “los asesores son los que hacen el trabajo”; la cual no deja de inquietar, máxime que se ven los albores de una nueva Asamblea Legislativa.
He ahí donde aparece un cuestionamiento que desvelará a más de un parlamentario en ciernes, el criterio a utilizar en la decisión de seleccionar a sus próximos asesores: elegirá a la señora que le acompañó en la campaña al mejor estilo de guardaespaldas, al fulanito que lo ayudó en momentos de debilidad existencial, o mejor aún a su hija por aquello de que gane algo.
El asesor legislativo debe tener más que el mínimo de conocimiento de la parafernalia legislativa y del quehacer procedimental en la administración pública; debe ser capaz de defender o “vender” un planteamiento sustentado en un análisis especializado, pues de lo contrario perdería la autoridad técnica y hasta profesional que le otorga el estatus de asesor; convirtiéndose así en un porfiado, en un títere o peor aún, en aquellos personajes que se veían en las películas viejas de Tarzán, los que transportando en su cabeza el equipaje del “hombre blanco” solo decían “sí wanna” o “no wanna”. Es vergonzoso ver como asesores andan cargando hasta el bolso a su “jefe” o en media sesión de comisión, acomodarle a su “jefa” el flequillo en pleno uso de la palabra o peor aún, andar detrás del diputado —al estilo mayordomo inglés— con el pantalón recién cambiado, pues a este se le había dañado la cremallera; en fin, del asesor dependerá dejarse convertir en un “wanna”.
Así las cosas, dentro de la función misma de legislar, para que el asesor cumpla a cabalidad la misión encomendada por la técnica, el congresista debe fundamentar —por lo menos— un criterio y esto se logra leyendo el texto de los proyectos de ley, las mociones pertinentes o lo que vaya a firmar o a votar en el Congreso. Pues es patético, ver cuando en algunas votaciones en el plenario, ciertos diputados y diputadas vuelven a ver de inmediato a su jefe de fracción, para saber “para donde va la carroza”.
Aunque el trabajo del asesor es significativo; a veces es invisible, pues la atención de la función legislativa, se centra en la persona que ocupa la curul; sin percatarse no siempre el pueblo, que con quien hablaron cuando llamaron al despacho del diputado y que les guio en la búsqueda de la solución de su problema, es aquel funcionario, que con su trabajo como asesor, ha contribuido directa e indirectamente en una de las labores más lustras en la administración pública: la de legislar; convirtiéndose por definición en un legislador, que aunque no tenga donde sentarse en el Congreso, será honorablemente, un diputado sin curul.
Robert Enrique Molina Brenes
Consultor-profesor universitario
Cuando un diputado está levantando su mano, manifestando su respectiva voluntad en la acción del voto, es plenamente su propia responsabilidad expresada. Sin embargo, por ahí se deja escuchar una frasecita que lejos de molestar más bien insta a reflexionar, por las implicaciones mismas y me refiero a la expresión “los asesores son los que hacen el trabajo”; la cual no deja de inquietar, máxime que se ven los albores de una nueva Asamblea Legislativa.
He ahí donde aparece un cuestionamiento que desvelará a más de un parlamentario en ciernes, el criterio a utilizar en la decisión de seleccionar a sus próximos asesores: elegirá a la señora que le acompañó en la campaña al mejor estilo de guardaespaldas, al fulanito que lo ayudó en momentos de debilidad existencial, o mejor aún a su hija por aquello de que gane algo.
El asesor legislativo debe tener más que el mínimo de conocimiento de la parafernalia legislativa y del quehacer procedimental en la administración pública; debe ser capaz de defender o “vender” un planteamiento sustentado en un análisis especializado, pues de lo contrario perdería la autoridad técnica y hasta profesional que le otorga el estatus de asesor; convirtiéndose así en un porfiado, en un títere o peor aún, en aquellos personajes que se veían en las películas viejas de Tarzán, los que transportando en su cabeza el equipaje del “hombre blanco” solo decían “sí wanna” o “no wanna”. Es vergonzoso ver como asesores andan cargando hasta el bolso a su “jefe” o en media sesión de comisión, acomodarle a su “jefa” el flequillo en pleno uso de la palabra o peor aún, andar detrás del diputado —al estilo mayordomo inglés— con el pantalón recién cambiado, pues a este se le había dañado la cremallera; en fin, del asesor dependerá dejarse convertir en un “wanna”.
Así las cosas, dentro de la función misma de legislar, para que el asesor cumpla a cabalidad la misión encomendada por la técnica, el congresista debe fundamentar —por lo menos— un criterio y esto se logra leyendo el texto de los proyectos de ley, las mociones pertinentes o lo que vaya a firmar o a votar en el Congreso. Pues es patético, ver cuando en algunas votaciones en el plenario, ciertos diputados y diputadas vuelven a ver de inmediato a su jefe de fracción, para saber “para donde va la carroza”.
Aunque el trabajo del asesor es significativo; a veces es invisible, pues la atención de la función legislativa, se centra en la persona que ocupa la curul; sin percatarse no siempre el pueblo, que con quien hablaron cuando llamaron al despacho del diputado y que les guio en la búsqueda de la solución de su problema, es aquel funcionario, que con su trabajo como asesor, ha contribuido directa e indirectamente en una de las labores más lustras en la administración pública: la de legislar; convirtiéndose por definición en un legislador, que aunque no tenga donde sentarse en el Congreso, será honorablemente, un diputado sin curul.
Robert Enrique Molina Brenes
Consultor-profesor universitario