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COLUMNISTAS


Trotando mundos

Humberto Pacheco humberto.pacheco@pachecocoto.com | Martes 06 noviembre, 2007


Cuanto dolor, culpa y angustia ha provocado la muerte del joven brasileño Jean Charles de Menezes, de tan sólo 27 años de edad, a manos de la Policía Británica. Una muerte más atribuible a los terroristas que hoy pululan por el mundo en nombre (herético por supuesto) de la religión. El cuadro es desolador.

Por una lado la madre, a quien como padres de familia que somos tenemos muy cerca de nuestro corazón, así como los demás miembros de la familia, a quienes un acto no relacionado con su deudo los deja con ese vacío espantoso que queda cuando la muerte no sigue un curso natural. Su enojo y frustración con la policía inglesa es humanamente comprensible.

Por otro lado los policías que, poniendo su vida en riesgo en el cumplimiento de una complicada y peligrosa misión, se dan cuenta de su error tardíamente. Son seres humanos a quienes la sociedad ha puesto en sus manos el velar por su integridad- aún a riesgo de sus vidas- en una época violenta.

Esta situación es el producto de la vida insegura a que nos tienen expuestos hoy día los terroristas que, pretendiendo defender causas injustificables, recurren al homicidio indiscriminado de seres humanos inocentes porque no tienen el valor de irse al campo de batalla tradicional a exponer sus vidas. Fanáticos sangrientos que han desfigurado la religión para servir sus propósitos y en el proceso han dañado la calidad de vida de todos los seres humanos para siempre.

La policía inglesa, agobiada por los antecedentes del 9-11 y el 11M y por la explosión de un bus londinense de transporte público, se dio a la dificilísima tarea de capturar a los responsables antes de que lograran realizar actos espeluznantes como el de Nueva York y Madrid. En medio de la presión espantosa, ésta confundió a Jean Charles con uno de ellos y le dio muerte. Lo demás es historia. El error se descubrió muy tarde y ya para entonces se había perdido una vida inocente.

Aunque simpatizamos totalmente con la familia, y consideramos que tiene derecho a todas las explicaciones e investigaciones que está pidiendo, comprendemos que esto no fue más que un error provocado por las circunstancias tan graves que se estaban dando en el entorno. En medio de tan doloroso evento —por un lado— y tan amenazante situación —por el otro— el análisis objetivo nos muestra una democracia en donde todos son tenidos por responsables de sus actos. Salvaguardando un record histórico de integridad judicial inglesa, un jurado enjuicia a la Policía Metropolitana y llega a la conclusión de que fue culpable de “un escandaloso y catastrófico error”, imponiéndole multas significativas y abriendo las puertas a una demanda por indemnización de parte de la familia, triste compensación que no podrá nunca reponer lo perdido. Pero no se puede ir más allá porque lo sucedido fue resultado de lo difícil de la misión acometida y de las complicadas circunstancias en que se dio, no de brutalidad policial ni de negligencia.

Marcado contraste son las noticias que nos llegan de Venezuela, en donde la imposición de una dictadura como Chávez la pretende deja a muchos estudiantes heridos a manos de los matones de una policía incondicional a quien, al estilo Castro, se quiere erguir en emperador; y de paso echar mano a las arcas del Banco Central. Cómo nos recuerda a la Nicaragua de los Somoza, contra la cual nos echamos a la calle los estudiantes costarricenses en apoyo de nuestros colegas nicas asesinados.

¿Adonde estarán los estudiantes que desfilaron con los sindicatos contra el TLC, ahora que los necesitan sus colegas venezolanos, ó es que la democracia que los protege sólo debe ser para ellos?

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