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Tipo de cambio y políticas de desarrollo

| Jueves 23 agosto, 2012


Tipo de cambio y políticas de desarrollo

El tipo de cambio es un precio macroeconómico fundamental en una economía abierta como la costarricense, por lo que se debe procurar un régimen cambiario que promueva el equilibrio externo, en un contexto de estabilidad y crecimiento.
Por eso, la política cambiaria debe orientarse a sostener un déficit de cuenta corriente financiable en el mediano plazo, con proyecciones realistas y transparentes sobre la disponibilidad de fondos externos, los términos de intercambio y las tasas de interés externas; evitando atrasos cambiarios (apreciaciones indebidas) y movimientos de capital desestabilizadores. Por otra parte, y esto es lo que por ahora más nos incumbe, el nivel del tipo de cambio real debe reflejar las prioridades de asignación de recursos de la estrategia de desarrollo.
En el pasado, el tipo de cambio se usó más como una “ancla cambiaria” para intentar controlar la estabilidad interna (inflación), pero con no muy buenos resultados en la estabilidad externa (déficit insostenible en la cuenta corriente de la balanza de pagos). En un modelo de crecimiento “hacia afuera” esta visión no se sostiene.
En una estrategia de inserción en la economía mundial, el tipo de cambio deja de ser un simple precio macroeconómico y se transforma en un aliciente fundamental para el crecimiento de las exportaciones, incluido, en nuestro caso, el turismo.
En estas condiciones el tipo de cambio “de equilibrio” no se sustenta fundamentalmente en las variables que determinan el balance de la “cuenta corriente”, sino, por aquellas de la “balanza básica” (cuenta corriente + capitales de largo plazo). Aun así, la política económica dispone de un cierto margen de discrecionalidad a la que no se debe renunciar, con el fin de que el tipo de cambio no se aleje sustancialmente de ese valor de equilibrio, e incluso, incidiendo en sus mismos fundamentos.
Esto puede lograrse actuando responsablemente sobre las siguientes variables (más allá de la usual compra-venta de divisas en el mercado mayorista por parte del Banco Central):
i) las tasas de interés (tasas reales muy elevadas pueden atraer capital golondrina en exceso o eventualmente desestabilizador);
ii) los incentivos fiscales a la inversión extranjera (muchas veces injustificados y contribuyentes del alto déficit fiscal);
iii) el endeudamiento externo, especialmente del Gobierno central, el cual debe planificarse a largo plazo;
iv) la calidad de la inversión extranjera, esto es, favoreciendo aquella que sea generadora de encadenamientos productivos e innovación tecnológica, y
v) compensando, hasta donde sea posible, los efectos negativos de las variaciones en los términos de intercambio (política energética y política agrícola, por ejemplo).
Y no debemos olvidar que el tipo de cambio sigue siendo un determinante de la “competitividad espuria” (término acuñado por la CEPAL, a diferencia de la “competitividad sistémica”); por lo que el principal aporte del sector público al sector exportador (turismo incluido), es mediante la adecuada defensa comercial, la facilitación del comercio, la búsqueda de nuevos mercados y, sobre todo, la dotación de infraestructura física y tecnológica de alta calidad. Cómo direccionar el aporte del crecimiento exportador a un desarrollo nacional inclusivo y sostenible es tema de otra —pero relacionada— discusión.

Henry Mora Jiménez
Escuela de Economía, UNA





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