Restableciendo la institución de la rectoría en el ITCR
| Lunes 27 julio, 2009
Restableciendo la institución de la rectoría en el ITCR
La renuncia de Eugenio Trejos Benavides como rector del Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR) era esperada. Por varios años ha generado amplia polémica dentro y fuera de la comunidad universitaria por su activismo político y sus actividades político-partidarias incluidas sus públicas aspiraciones presidenciales.
Siendo empleado del Estado, el régimen de autonomía universitaria consagrado en la Constitución Política y la normativa derivada de este, le permitieron no ser afectado por las prohibiciones que el Código Electoral establece a los funcionarios públicos, tanto totales como parciales o condicionales. Como si se tratara de un conjuro de la trama de Harry Potter, el régimen de autonomía universitaria parece conjurar y crear unas curiosas esquinas que hacen intocables a funcionarios que allí se ubiquen, permitiéndoles como sucedió en este caso, evitar el alcance de sanas disposiciones del Código Electoral, de la Ley de Enriquecimiento Ilícito y otras.
Las universidades públicas costarricenses gozan de la mayor autonomía imaginable para bien pero también para mal, como este caso lo evidencia. Cuando un rector de una universidad pública se dedica a promover su figura como aspirante presidencial, a montar su campaña electoral y a organizar su partido político, se abusa de esa autonomía, se deforman sus principios y valores y se hace daño irreparable a la Institución Universitaria.
Ser rector universitario es trabajo de tiempo completo. La figura del rector encierra todo un simbolismo. Es persona notable, con habilidades de negociador y conciliador, una autoridad en su campo, con credenciales de intelectual maduro y mesurado, con una carrera académica sin tacha pero sobre todo, éticamente correcta y con la madurez de evitar conflictos de interés y situaciones en las que es juez y parte.
Ejercer la rectoría dota de una visibilidad excepcional que se debe utilizar correcta y éticamente y que otorga a quien la ejerce de una magistratura de influencia muy poderosa. Se espera que todo rector universitario tenga muy claras sus funciones, se dedique a ellas y trabaje para conservar y engrandecer a la rectoría como institución universitaria fundamental.
Un rector universitario debe guardar además de las normas jurídicas, una ética excepcional. Forma y fondo son igualmente importantes en la institución de la rectoría. Esa ética no es solamente la que debe guardar como persona, como ciudadano de un país y como académico. Es la ética de la rectoría como institución superior, más allá de quien la ejerce, de sus intereses y aspiraciones personales.
La comunidad universitaria del ITCR y en especial su Consejo Universitario tienen ahora una misión adicional. Deben esforzarse por reconstruir la institución de la rectoría del ITCR, darle de nuevo el señorío, la sobriedad y el enfoque que jamás debió haber perdido. Ojalá este penoso periodo institucional del “Tec” cure en salud a las otras universidades nacionales.
Alexander Mora Delgado
La renuncia de Eugenio Trejos Benavides como rector del Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR) era esperada. Por varios años ha generado amplia polémica dentro y fuera de la comunidad universitaria por su activismo político y sus actividades político-partidarias incluidas sus públicas aspiraciones presidenciales.
Siendo empleado del Estado, el régimen de autonomía universitaria consagrado en la Constitución Política y la normativa derivada de este, le permitieron no ser afectado por las prohibiciones que el Código Electoral establece a los funcionarios públicos, tanto totales como parciales o condicionales. Como si se tratara de un conjuro de la trama de Harry Potter, el régimen de autonomía universitaria parece conjurar y crear unas curiosas esquinas que hacen intocables a funcionarios que allí se ubiquen, permitiéndoles como sucedió en este caso, evitar el alcance de sanas disposiciones del Código Electoral, de la Ley de Enriquecimiento Ilícito y otras.
Las universidades públicas costarricenses gozan de la mayor autonomía imaginable para bien pero también para mal, como este caso lo evidencia. Cuando un rector de una universidad pública se dedica a promover su figura como aspirante presidencial, a montar su campaña electoral y a organizar su partido político, se abusa de esa autonomía, se deforman sus principios y valores y se hace daño irreparable a la Institución Universitaria.
Ser rector universitario es trabajo de tiempo completo. La figura del rector encierra todo un simbolismo. Es persona notable, con habilidades de negociador y conciliador, una autoridad en su campo, con credenciales de intelectual maduro y mesurado, con una carrera académica sin tacha pero sobre todo, éticamente correcta y con la madurez de evitar conflictos de interés y situaciones en las que es juez y parte.
Ejercer la rectoría dota de una visibilidad excepcional que se debe utilizar correcta y éticamente y que otorga a quien la ejerce de una magistratura de influencia muy poderosa. Se espera que todo rector universitario tenga muy claras sus funciones, se dedique a ellas y trabaje para conservar y engrandecer a la rectoría como institución universitaria fundamental.
Un rector universitario debe guardar además de las normas jurídicas, una ética excepcional. Forma y fondo son igualmente importantes en la institución de la rectoría. Esa ética no es solamente la que debe guardar como persona, como ciudadano de un país y como académico. Es la ética de la rectoría como institución superior, más allá de quien la ejerce, de sus intereses y aspiraciones personales.
La comunidad universitaria del ITCR y en especial su Consejo Universitario tienen ahora una misión adicional. Deben esforzarse por reconstruir la institución de la rectoría del ITCR, darle de nuevo el señorío, la sobriedad y el enfoque que jamás debió haber perdido. Ojalá este penoso periodo institucional del “Tec” cure en salud a las otras universidades nacionales.
Alexander Mora Delgado