Malpensados
Pablo Barahona Krüger redaccion@larepublica.net | Miércoles 20 enero, 2021
Pablo Barahona Krüger
Lo recomendable, después de un año terrible como el padecido, sería dejar la carga inútil atrás, y así, entrar al que viene más ágiles, sin tanto enredo mental ni tantísima telaraña emocional. Desembarazarnos de no pocas falacia y esos errores de cálculo que llevan a la repetición cacofónica de, al menos, tres tonteras que aspiro a desarmar, aquí y ahora. Así sin más y con la única pretensión de que corrija el que quiera corregir, después de que me haya leído quien me quiera leer. Es claro que nunca he escrito para la argolla, a la que siempre me opuse y opondré, sin banderías ni partidismos.
El caso es que se repite algunas tonteras, incluso por gente nada tonta: (1) no había opción, (2) la culpa también es de los antecesores, y (3) la crítica, tanto como la protesta, se erigen en irrespeto a la institucionalidad.
1) Seguir sosteniendo a esta altura, que Carlos y Fabricio eran las únicas dos opciones, pretendiendo así salvar responsabilidad y ahorrar ese sentimiento de culpa, que hoy carcome a la mayoría, por sepultarnos vivos a punta de crayola, es como mínimo, una falta de seriedad intelectual o una sinvergüenzada retórica.
Cierto es que nadie va a perder el tiempo santiguándose ante el resto de candidaturas que no supieron comunicarse con el electorado y pretendieron pasar de puntillas sobre los temas propuestos como pívot de la discusión política, en la última campaña electoral, por los empresarios que dominan la opinión pública por conducto de ciertos medios de comunicación prebendales e influyentes, aún. Pero es lo cierto que hubo alternativas bien a la derecha y también más o menos a la izquierda, como para terminar en la bisagra prefabricada por el armatoste electorero, cercano a la nada, de Carlos y Fabricio. Dos ticos nada destacados, que deslucen a la generación mejor formada del país, en toda su historia. Dos políticos mediocres y profesionalmente desconocidos, sin descontar lo más chocante: ambos eran (son) tremendamente incultos.
Así que no es cierto que se votó por el uno para que no quedara el otro. Y no es cierto, porque esa postura soslaya el hecho de que hubo una primera ronda en la que bien pudo zarandearse mejor, para que fuera gente con mejor estampa y equipo. Al menos más responsable. Y desde luego no hablo de ideales, que eso en política no existe, sino apenas lo óptimo, como contracara de lo corrupto (“pessima corruptio optimis”). Pero no me pregunten cuál debió ser, que eso no se vale. Sobre todo para los que nunca hemos militado en ningún partido político y en la campaña última, decidimos quedarnos al margen, como francotiradores sin amo ni señor.
2) Nadie puede decir, tampoco, que al PAC se le perdona todo, simplemente, porque hubo otros antes, que lo hicieron peor. Que el PLUSC también robó y hasta más. Que el Plan Escudo de Oscar es la causa de origen. Y si no los PAEs más atrás, de Monge, Calderón y Figueres. O el fracaso de Laura y Otón, con su Plan Fiscal y otras trochas, si nos acercamos más.
El PAC nació a la vida política -como toda idea con vocación de Poder- prometiendo un cambio. Uno solo: no ser más de aquello. Es más: ser cualquier cosa, menos continuidad de aquello. Y ya hoy sabemos, no solo, que no cumplió esa aspiración central, sino que cayó justo en los mismos vicios. Que la corrupción se los tragó también y con las mismas formas: prebendalismo, puesterismo, populismo, amiguismo, contorsionismo, disimulo, doblez y cinismo. ¡Vaya coctel el de estas loncheras y sus rasputines a la sombra!
Pero aún diciendo todo eso, y por muy duro que resulte a oídos tiernos, no cerrarían las cuentas, hasta no agregar una cosa más: si bien es cierto los problemas más serios, esos que hoy damos en llamar “estructurales”, nacieron y se reprodujeron en gobiernos de otras banderas, habría que decir que: a) Ni Solís ni Alvarado fueron obligados a asumir el reto -comprometiéndose como se comprometieron al pedirnos el voto- de acabar con tales lacras, o al menos, encaminar al país hacia tan elevado e inaplazable propósito. Tampoco quienes les aceptaron cargos en gobierno, fueron forzados. Al contrario, salieron a buscar el voto, justamente, diciendo que la tenían clara. Que no solo sabían a lo que se enfrentaban, sino que, además, tenían las soluciones y los equipos. “Los más preparados”, además, nos decían. Y que por eso había que darles una oportunidad. Y no se les brindó una, sino dos. Y si en ocho años no lograron revertir la crítica situación, o por lo menos, inaugurar la senda de la estabilización (esa que algunos llaman “reactivación”), sin verdadera oposición política y con la prensa descaradamente a favor, no sería muy lógica su defensa -por lo demás, infantil a la potencia- de que como los otros lo hacían, ellos ahora entonces tienen derecho a hacer lo mismo. A repetir las mismas lacras. ¿Habrase visto tanta estulticia y desmesura?
3) Y finalmente, cuidándonos desde luego de no caer en eso del “cuentito de la institucionalidad” sobre el que un juvenil Carlos Alvarado antes prevenía, sí hay que atreverse a advertir que, pedirle a un pueblo con hambre y encono -en dos palabras: traicionado y cabreado-, que se rinda y silencie, frente a un presidente disminuido y en permanente huida, con sendas investigaciones penales sobre su espalda y entorno, es poco menos que cínico y un tanto más que burdo. Algo torpe, por decir lo menos.
Todo ello sin descontar que eso implica a una Corte Suprema de Justicia que no termina de salir de la más severa crisis de legitimidad -e incluso legalidad- que pueda rememorarse en la “modernidad”.
Ni qué decir de una Asamblea Legislativa de improvisadores y entreguistas que -con salvadísimas excepciones que sirven para poco más que para confirmar la regla- han demostrado, por décadas, la debilidad de los partidos políticos y su lejanía de la retina democrática de esta ciudadanía cada vez más crítica, por hiperinformada.
Soslayo a un politizado TSE y una superpolitizada Defensoría. Arenas movedizas de otro costal, a las que ya he retratado en artículos previos y declaraciones varias y sobre los que, por lo pronto, no tiene caso volver.
Dicho esto, basta de cacofonías, falacias y acomodos.
Volvamos a lo nuestro, pero esta vez con la claridad de que por ahí no va la cosa. Que el autoengaño no resuelve nada y el pensamiento por deseos (wishfull thinking) es siempre una apuesta, y perdedora, además. Ser realistas es el primer paso para el cambio. Seguido de pensar más y sentir menos, en esta próxima campaña electoral. No sean tan malpensados.