Las lecciones del 11 S
La falta de una evolución de la conciencia en el mundo ha impedido una convivencia donde la justicia, el respeto, la solidaridad y el bien común previnieran la aparición del odio y la violenc
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Sábado 10 septiembre, 2011
En los diez años transcurridos desde el atentado contra las Torres Gemelas, en Estados Unidos, se supone que el mundo debería haber aprendido muchas cosas. Sería el único homenaje válido que se podría hacer a los sobrevivientes de la tragedia y a quienes perdieron su vida por ella.
En Costa Rica, donde hemos optado desde hace tantas décadas por no tener ejército, la mayor enseñanza sigue siendo que el uso de la fuerza no es la mejor fórmula para dirimir conflictos.
Así como fue de horroroso ese acontecimiento del 11 de setiembre de 2001, por la cantidad de muertos, por la destrucción de hogares, por el caudal de dolor que se esparció sobre tantas familias; así de aterradoras y dolorosas han sido, durante estos años, las incursiones militares en Afganistán e Irak, donde también hubo tantos muertos inocentes y el baño de sangre cubrió de dolor a los sobrevivientes.
Si el 11 S dejó un saldo de cerca de 2.900 muertos, la invasión a Afganistán significó 19.620 muertes y la de Irak 900.338, de acuerdo con datos estimados que ofrecen la Universidad de Nuevo Hampshire, el gobierno de Estados Unidos y organizaciones de periodistas.
La carencia de un adecuado aprendizaje y la falta de una evolución de la conciencia han impedido una convivencia pacífica donde la prevalencia de la justicia, el respeto, la solidaridad y el bien común podrían ser el mejor y más eficaz preventivo del inicio del odio y su acompañante natural, la violencia.
Pero a las guerras se llega justamente por lo contrario. El ser humano se mantiene incapaz aún de detectar los focos de desequilibrio capaces de encender la llama del odio. Y una vez que este estalla no ve otra salida que intentar apagarlo con más acciones engendradas en el rencor y el desprecio.
Sin duda, si alguna revolución necesita la humanidad es la de la conciencia de un destino común en este planeta, donde no hay ya espacio para el dominio de unos sobre otros sino para la mutua colaboración en aras de la supervivencia.