Las Olimpiadas en Pekín
| Lunes 11 agosto, 2008
Las Olimpiadas en Pekín
La República Popular China escogió como lema de los Juegos Olímpicos la frase “Un mundo, un sueño”. Este concepto refleja las ambiciones mundiales del gigante asiático. Las Olimpiadas son más que un evento deportivo, es una oportunidad para que China le demuestre al resto del mundo que está preparada para asumir el papel de una verdadera potencia mundial.
El viaje de la antorcha olímpica ha sido el más largo y ha involucrado el mayor número de personas en la historia de las Olimpiadas. La grandiosa ceremonia de inauguración será difícil superar en el futuro. La infraestructura deportiva, que incluye un estadio en forma de un nido, asombra hasta los más impasibles. China ha asumido el reto de organizar las Olimpiadas como una celebración que marca su resurgimiento internacional, y por ahora, parece hacerlo mejor que cualquier otra nación anterior.
En los últimos años, la política exterior de China se ha centrado en ejercer el poder blando. Pekín ha evitado la confrontación directa con las grandes potencias y ha seducido al mundo con su atractivo mercado. Su auge también ha involucrado intercambios culturales con otras naciones, y qué mejor oportunidad para continuar con esta estrategia que ser anfitrión del evento deportivo más importante del mundo.
Sin embargo, la comunidad internacional ha respondido a la política exterior de China con sospechas, y el camino hacia las Olimpiadas no ha estado libre de controversias. Una de las grandes críticas ha sido la censura de los medios de comunicación durante los juegos para proteger la imagen internacional del país. Asimismo, las denuncias por la violación de los derechos humanos en zonas como el Tíbet han manchado el sentimiento de fraternidad que inspiran los Juegos Olímpicos. Otros temas como la relación con Taiwán, los problemas con el medio ambiente y la pobreza también afectan la imagen y los planes de crecimiento del país.
Las expectativas del mundo hacia China como anfitrión de los Juegos Olímpicos han traído a colación una paradoja fascinante: por un lado reflejan un gigante emergente, próspero e internacionalizado, y por otro lado, describen un Estado restrictivo y vulnerable. El contexto político de las Olimpiadas ha desencadenado un juego de ping pong, o de tire y empuje, entre Pekín y el mundo.
La comunidad internacional no puede negar el poder económico de China y la necesidad de contar con el dragón asiático como un aliado. A la vez, debe adoptar una posición definida con los temas que abruman el surgimiento de China. El país asiático, por su parte, debe aprovechar esta oportunidad única para acercarse al mundo occidental y consolidar su liderazgo. Sin embargo, si percibe que los demás países intentan frenar sus ambiciones, el desenlace de los Juegos Olímpicos puede significar el fortalecimiento del nacionalismo chino y el comienzo del fin de la diplomacia amistosa de Pekín.
Luisa C. Pastor
Economista y politóloga
La República Popular China escogió como lema de los Juegos Olímpicos la frase “Un mundo, un sueño”. Este concepto refleja las ambiciones mundiales del gigante asiático. Las Olimpiadas son más que un evento deportivo, es una oportunidad para que China le demuestre al resto del mundo que está preparada para asumir el papel de una verdadera potencia mundial.
El viaje de la antorcha olímpica ha sido el más largo y ha involucrado el mayor número de personas en la historia de las Olimpiadas. La grandiosa ceremonia de inauguración será difícil superar en el futuro. La infraestructura deportiva, que incluye un estadio en forma de un nido, asombra hasta los más impasibles. China ha asumido el reto de organizar las Olimpiadas como una celebración que marca su resurgimiento internacional, y por ahora, parece hacerlo mejor que cualquier otra nación anterior.
En los últimos años, la política exterior de China se ha centrado en ejercer el poder blando. Pekín ha evitado la confrontación directa con las grandes potencias y ha seducido al mundo con su atractivo mercado. Su auge también ha involucrado intercambios culturales con otras naciones, y qué mejor oportunidad para continuar con esta estrategia que ser anfitrión del evento deportivo más importante del mundo.
Sin embargo, la comunidad internacional ha respondido a la política exterior de China con sospechas, y el camino hacia las Olimpiadas no ha estado libre de controversias. Una de las grandes críticas ha sido la censura de los medios de comunicación durante los juegos para proteger la imagen internacional del país. Asimismo, las denuncias por la violación de los derechos humanos en zonas como el Tíbet han manchado el sentimiento de fraternidad que inspiran los Juegos Olímpicos. Otros temas como la relación con Taiwán, los problemas con el medio ambiente y la pobreza también afectan la imagen y los planes de crecimiento del país.
Las expectativas del mundo hacia China como anfitrión de los Juegos Olímpicos han traído a colación una paradoja fascinante: por un lado reflejan un gigante emergente, próspero e internacionalizado, y por otro lado, describen un Estado restrictivo y vulnerable. El contexto político de las Olimpiadas ha desencadenado un juego de ping pong, o de tire y empuje, entre Pekín y el mundo.
La comunidad internacional no puede negar el poder económico de China y la necesidad de contar con el dragón asiático como un aliado. A la vez, debe adoptar una posición definida con los temas que abruman el surgimiento de China. El país asiático, por su parte, debe aprovechar esta oportunidad única para acercarse al mundo occidental y consolidar su liderazgo. Sin embargo, si percibe que los demás países intentan frenar sus ambiciones, el desenlace de los Juegos Olímpicos puede significar el fortalecimiento del nacionalismo chino y el comienzo del fin de la diplomacia amistosa de Pekín.
Luisa C. Pastor
Economista y politóloga