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La globalización y las camisetas

| Martes 28 agosto, 2007


La globalización y las camisetas

Wilmer Murillo

En cada etapa de la producción se intenta paliar los efectos adversos del libre mercado erigiendo barreras.
Ello se está convirtiendo en algo cada día más difícil porque fuerzas poderosas están derribando las barreras a la competencia internacional y el terreno de juego mundial es cada día más neutral.
Tres son las fuerzas que nivelan el terreno de juego: la primera es la proliferación de las fuerzas del mercado en todo el mundo tras el desplome del comunismo. Segundo, las nuevas tecnologías permiten a las empresas tirar líneas de montaje virtual a nivel mundial. Bangalore, Pekín y Bethesda son hoy vecinos. Y el tercero es que las empresas globalizadas tienen ahora acceso a una ingente fuerza de mano de obra barata gracias a las reformas que han aplicado China e India a sus mercados.
¿Qué pueden hacer los gobiernos en una economía global neutral? Hay autores que abogan por un seguro salarial que proteja a los trabajadores desplazados por la competencia que hagan más compasivo el capitalismo.
Claro está que no todos los gobiernos siguen los consejos. En su libro de “Travels of a T-Shirt in The Global Economy: and Economist Examines the Markets, Power, and Politics of World Trade”, Pietra Rivoli de la Universidad de Georgetown demuestra que en cada etapa de la producción los fabricantes y vendedores de camisetas generalmente buscan la ayuda de los políticos para tratar de mitigar los efectos desfavorables de la apertura de mercados y del libre comercio. La ironía es que esas súplicas suelen tener eco en los países más ricos mientras que los productores de los países más pobres quedan a merced del mercado. Considérese por ejemplo el dominio que durante 200 años han ejercido sobre el mercado mundial de algodón los productores estadounidenses.
Eso obedece no solo a la creatividad comercial de los algodoneros sino a la ayuda que les brinda el gobierno. Según un estudio, la ventaja comparativa de los algodoneros radica en su habilidad para cosechar subsidios cuyo monto siempre supera el ingreso de unos cuantos países algodoneros de Africa.
La saga se inicia en lugares como Lubbock, Texas, donde se produce el algodón que luego se despacha a antros de explotación en Sanghái y otros lugares de China para ser transformado en camisetas.
A primera vista poco tiene que ver Sanghái con Lubbock, salvo que Sanghái tiene restaurantes y cafeterías Starbucks y Lubbock no. No obstante, los hilos de algodón vinculan a ambas ciudades desde hace un siglo.
En Shangái la fábrica 36 hila algodón tejano y la número 3 lo transforma en camisetas que cuando buscan entrar a Estados Unidos, recorren la etapa más difícil.
La regulación determina qué naciones pueden vender a ese país, y cuantas unidades cada uno, pero la ultima etapa de la saga de la camiseta empieza en un centro comercial como Summer, Bethesda en Maryland, donde las damas regalan la ropa que sacaron de sus armarios para hacerles lugar a nuevas prendas, y la ropa regalada termina en las áreas de empresas como Trans-América que opera desde hace medio siglo la familia Stubins en Brooklyn, Nueva York.
En sus bodegas a la ropa se le coloca en una cinta transportadora en donde al mejor estilo del show de Lucy trabajadores a lado y lado seleccionan y colocan cajas y cintas de acuerdo a su calidad. Al final Trans-América las envía a Africa por ejemplo donde terminan en mercados que venden artículos de segunda mano.
La historia de la camiseta ilustra como se enfrentan las fuerzas del mercado a las exigencias de protección.
Hay quienes alegan que el FMI y el Banco Mundial perderán importancia, pues en el futuro la globalización será impulsada cada vez más por los individuos, familiarizados con el funcionamiento de una economía mundial neutral, que se adaptan rápidamente a sus procesos y sus tecnologías y que se lanzan a él, sin esperar acuerdos ni asesoramientos.







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