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La gestión legislativa

Vilma Ibarra vilma.ibarra@gmail.com | Miércoles 08 febrero, 2012



Hablando Claro
La gestión legislativa

El devaluado Primer Poder de la República que un día nada lejano el hoy expresidente del Congreso Francisco Antonio Pacheco calificó como un “poder de quinta” es un barco a la deriva, que además hace agua por todas partes.
En teoría y praxis, esto ni es sorpresa ni deviene en una debacle como algunos agoreros advierten cuando observan en la crisis de representación una catástrofe como el fin del mundo (tan argumentado en este 2012). La verdad es que prácticamente en todas las democracias, los parlamentos por su naturaleza cargan con enormes déficits de credibilidad y buena imagen. Lo de ellos es más bien el manejo de los niveles de descrédito para no terminar de hundirse en el sótano de la opinión ciudadana. Porque la verdad sea dicha, la gente de a pie no observa al Parlamento como un reflejo de la sociedad en la que vive y se desenvuelve, sino que lo valora como el escenario idealizado de una confrontación política imaginaria donde los parlamentarios deberían debatir y decidir cual iluminados en el Agora.
Dicho lo anterior, cae por su propio peso que sea común señalar que la actual Asamblea Legislativa siempre es más mala que aquella que la precedió. Eso no es novedad. Pero la verdad sea dicha, este Congreso es una zambumbia indigerible que está entrampada en sus propios mecates. Que es víctima de sus artimañas y que no encuentra salida por ningún lado. Mantener o rescatar el poder se ha convertido en el fin. La Alianza intenta sostenerse unida solo con el propósito de llegar aunque moribunda al primero de mayo, mientras la bancada oficialista (¡qué estaremos pagando!) tiene también como último de sus fines recuperar el ínfimo trono que perdió en mayo pasado, a cuenta de sus propias torpezas con ayuda, por supuesto, de un Ejecutivo errático.
En medio de los yerros de tirios y troyanos, el paquete fiscal se ahoga en el reglamento y ninguna otra iniciativa avanza con buen tino, excepto aquella que establece la aplicación automática de la norma de incremento semestral del 5%, tan repudiada como incomprensible para el ciudadano, máxime cuando su próxima aplicación se hace visible en el pésimo momento en que está abierta la herida del resentimiento de los empleados públicos por la fijación vía decreto del aumento de ¢5 mil. Entonces surge la figura señera del Presidente Legislativo advirtiendo que si hay patadas debe haber pa´ todos. Y anuncia el último proyecto del momento: la congelación los aumentos salariales de los funcionarios de alto rango. Y en este juego tira la brasa a Zapote.
Lleva razón el diputado Víctor Hernández del PAC cuando valora dimitir a la curul argumentado que la dignidad ciudadana está mancillada tanto como la suya propia al encontrarse sumido en ese atolladero, en el que según afirma, pierde el tiempo miserablemente.
Y como todos sabemos, el tiempo perdido hasta los santos lo lloran.

Vilma Ibarra

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