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Miércoles, 24 de abril de 2024



FORO DE LECTORES


Hospital de ángeles

| Sábado 22 diciembre, 2007


Opinión del redactor
Hospital de ángeles

Gaetano Pandolfo
gpandolfo@larepublica.net  


Cuando le dieron la salida a mi nieto Daniel, no quise preguntar por nadie, ni darle las gracias a nadie, ni saber el nombre de nadie, simplemente para no cometer una injusticia.
En todo caso…¿tienen nombre los ángeles?
Hospital de Niños, hospital de ángeles; los niños ángeles internos y los ángeles guardianes.
Danielito, mi gordito bello de ocho años, fue tocado por ángeles desde el primero hasta el último minuto; recibido con amor y cariño en emergencias aquel jueves de susto y despedido con más amor y cariño 15 días después, por un coro de ángeles de muchas voces y vuelos; voces quizá roncas como la de los especialistas: el genetista, el experto en riñones, el cardiólogo; las voces de aquellos amables doctores que quisieron distraer el dolor y la impotencia del abuelo, hablándole del clásico Saprissa y Alajuela.
Las doctoras ángeles; las enfermeras ángeles; las misceláneas ángeles, que se turnaron horas enteras, días enteros frente al cuerpecito enfermo de Daniel, atacado por un virus que no se sabía si genético, metabólico o físico que nos puso en trance y en permanente comunicación con Dios a la familla entera.
Rezaba el Avemaría con fervor frente a Daniel, tenía su manita agarrada de la mía y le suplicaba a la Virgen que llenara de su gracia el cuerpecito enfermo y Ella me oyó, como fueron escuchadas las oraciones de tantos amigos que se nos unieron en este drama humano que nos marca la vida para siempre.
Daniel reaccionó, cada día una mejora, cada día una sonrisa, cada día un gracias más enorme y grande a los ángeles del hospital; sabios de la medicina, orgullo mundial; cada uno en su campo, los mejores del universo entero.
Una familia de sangre y una familia monumental de amigos, abrazados en fuerza y oración, pidiendo a Dios que iluminara a estos ángeles entregados a su propia pasión, la más noble, la más gratificante; arrebatarle a la muerte la vida de un niño.
El milagro se repite, cada hora, cada día en el hospital de los ángeles; cuando Danielito volvió a casa, débil, enclenque, ojeroso, pálido, pero vivo, traté de visitar el hospital y anotar la lista de ángeles que nos lo devolvieron “lindo y enterito” para darles las gracias pero, qué ingrato cometer una injusticia y dejar por fuera a algún arcángel, serafín o querubín.
Nuestro angelito está en casa; los ángeles mayores en el Hospital, no descansan. ¡Que Dios los bendiga!





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