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La cirugía

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Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 27 octubre, 2007


Cirugía viene del griego y significa trabajo manual. No fue bien vista en un principio y se consideró una actividad menor y menospreciada hasta la Edad Media cuando Abulcasis, árabe de la época del dominio moro, sentó las bases en España, seguido por Lanfranci de Milán en el siglo XIII y luego por Guy de Chauliac quien en su Tratado del siglo XIV expresaba: “Que el cirujano sea audaz en las cosas seguras y precavido en las peligrosas; que evite los tratamientos y prácticas defectuosas. Debe ser amable con el enfermo, respetuoso con sus compañeros, cauteloso en sus pronósticos. Que sea modesto, digno, amable, compadecido y misericordioso; que no codicie el dinero ni saque a alguien de lo que no quiera dar; que su recompensa sea según su trabajo, los medios del paciente, la clase del asunto y con su propia dignidad”.

Me conmueve su capacidad para vislumbrar el futuro, porque usted se dirá que después llegó la otra cirugía, la estética o plástica (del griego, plastos=forma), destinada a corregir defectos o como expresa conmovedoramente una Clínica de Barcelona en Internet: “corrige pequeños defectos que aunque no son causa de problemas vitales y funcionales, producen sufrimiento, con ello tratamos de mejorar aquella parte corporal que para el paciente es un problema: nariz grande, manos pequeñas, abdomen globuloso…”. Acaba por emocionarme ante tanta nobleza.

Yo recuerdo el momento —hacia la década del 70— en que los colegios de profesionales prohibían el marketing en la profesión y no olvido a quienes doblegaron la ética de no venderse ni alquilarse: fueron las firmas internacionales de contadores con sus asociados y sus cuentas de clientes cuando hasta entonces era pecado atender con finalidades de ventas. Ni hablar que siguieron los abogados y el paso final fue para los cirujanos cuya promoción marketinera dieron a unos pocos patente de genios; pero nada se pareció a la profusión, promoción y difusión de los cirujanos plásticos.

La afluencia de dinero ha traído una adición a corregir nalgas, pechos, cara, cuello, patas de gallo, panza, arrugas, boca y dientes, todo es posible porque los traumas nos destrozarían si no corrigiéramos los problemas creados por la naturaleza o el tiempo. Bueno. Esto es relativo, los pobres y la clase media baja no pueden darse esos lujos: hay que tener billetes y ganas: una persona operada debe seguir siendo lo que es para verse más rejuvenecida como quien se tiñe el pelo, en un tiempo en el cual se vive más y se ve mal a la gente vieja que se disfrazan de jovencitos para disimular que no vivieron lo que tenían que vivir en el momento oportuno.

Una vez, en el barrio en que estaba mi oficina, vi desarrollarse a unos jóvenes cirujanos bien preparados en Estados Unidos que progresaron con la promoción de sus operaciones a bajo precio: llegaban clientes del exterior por montones y crecieron en base a su trabajo y precios. Una mañana, estábamos en una soda cercana y me espetaron: “Don Leo, ¿por qué no se quita esas bolsas que lo envejecen? Les respondí que no porque eran un recuerdo de familia. Insistieron: “¿se imagina que si le quitamos las arrugas le sacamos 20 años?”. Y les respondí que sí y así me vería con 45 años pero ¿para qué? ¿Acaso para pretender una joven de 25, siempre y cuando bajara 20 kg, además? De eso se trata. Entonces, dije: “No me interesa (tenía en ese momento 65 años) en la medida que a las muchachas de 25 les atrae la música disco, el ruido, el baile y eso me produciría un estrés al límite de un infarto porque el chasis seguiría siendo de 65 y ustedes no son la Virgen de Lourdes, no producen milagros”.

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