El trauma de ir a un estadio
La decepcionante experiencia que se puede vivir al querer asistir a un partido de fútbol en un estadio, deja a cualquiera sin deseos de regresar
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Sábado 17 septiembre, 2011
Si un padre de familia que gusta del fútbol decide llevar a la suya (esposa e hijos) a un estadio una noche de sábado o un domingo cualquiera, puede vivir una experiencia tan desagradable como para no querer regresar nunca más a ese sitio.
Al acercarse su vehículo al coliseo puede empezar una insólita situación que lo haga sentirse prácticamente asaltado por “cuidacarros” y, en lugar de inspectores de tránsito o alguien que lo guíe a las cercanías del espectáculo se puede topar con cantidad de focos y chalecos fosforescentes que lo invitan a ingresar al parqueo más cercano.
Pero si resulta que esos sitios en ese momento ya están llenos, solo tendrá dos opciones, regresar a su casa a rumiar la frustración o meterse al potrero ubicado en las cercanías del estadio, golpeando su automóvil contra piedras, montes y peldaños y llenándolo de barro.
Una vez detenido en ese sitio, que algún vecino del coliseo convirtió en estacionamiento de semejantes condiciones, debe cancelar por adelantado y sin derecho a recibo al menos ¢5 mil.
No se sabe, por cierto, cómo es que la Dirección General de Tributación Directa, que ha iniciado una demostración en los últimos días de cómo se pueden cobrar tributos que los defraudadores del fisco no pagan, se las arreglará para cobrar los ingresos millonarios de estos “estacionamientos” aparentemente sin facturas.
Caminar desde ese sitio hacia el estadio es una situación que da miedo. Policías uniformados de negro, con máscaras, pistolas y distintos aditamentos para proteger diferentes partes de sus cuerpos, se encuentran en ese trayecto para proteger a los visitantes de las barras bravas, principales causantes del abandono de los aficionados decentes a las gradas porque si los asistentes tienen la mala fortuna de topárselas en ruta al partido, seguramente que no volverán a un estadio jamás.
Además, para completar lo desagradable de la experiencia, todo el entorno huele a estiércol.
Luego se paga la entrada, bien cara, para toda la familia, y se entra a un estadio habitualmente sucio y descuidado. Aunque se debe reconocer que en este punto específico, los dirigentes de los clubes hacen esfuerzos para que los palcos y graderíos estén presentables.
Sentados finalmente en medio de un basurero, se inicia un supuesto partido de fútbol que de pronto se puede convertir en pleito callejero. Los miembros de esta familia entonces miran atónitos y asombrados a los futbolistas darse de patadas, el juego se suspende y en total decepción deben regresar a casa.
Pregunta: ¿Le quedará a alguien ganas de concurrir al estadio?