El ocaso de la innovación
| Lunes 24 octubre, 2011
El ocaso de la innovación
Una persona nacida en 1900 creció con la carreta como medio de transporte cotidiano, pero murió familiarizada con la imagen del hombre caminando sobre la luna. Durante su vida, fue testigo de la masificación del automóvil, el teléfono, la televisión y el avión, entre otros.
Ahora son otros tiempos. Como consecuencia de la crisis de 1973, Jimmy Carter propuso, sin éxito alguno, la creación de una industria de combustibles sintéticos. Llevamos décadas hablando de la energía eólica y solar. Sin embargo, casi 40 años después de dicha crisis, hablar de energía es casi lo mismo que hablar de petróleo.
Pregúntese qué grandes avances ha tenido la humanidad desde los años setenta. Posiblemente se le ocurrirán cosas como los teléfonos celulares y el iPod. Sin embargo, no es fácil ver avances tan dramáticos como los que se alcanzaron hasta 1960.
Si el mundo hubiese seguido innovando a la velocidad de la primera mitad del siglo XX, usted tendría en su cochera un auto capaz de volar al espacio impulsado por hidrógeno líquido.
En “El gran estancamiento”, Tyler Cowen argumenta que la falta de grandes innovaciones ha incidido en la crisis financiera actual, pues el exceso de liquidez no se canalizó a nuevas ideas comerciales.
En BusinessWeek, Michael Mandel se pregunta dónde quedaron las grandes innovaciones de los noventa. ¿Cuántos nuevos empleos tendríamos si se hubiesen desarrollado grandes industrias alrededor de ideas como las terapias genéticas?
La desaceleración de la innovación se puede atribuir a varias razones. La estabilidad de la posguerra es una de ellas. La bomba atómica estuvo motivada por la necesidad de vencer al Eje. También, hay por allí quien diga que los alunizajes de las misiones Apollo fueron el logro más grande del comunismo.
Tim Harford, en el libro “Adaptación” compara las condiciones necesarias para la innovación con el entorno biológico de las Islas Galápagos. El aislamiento de las Galápagos es contrastado con el “consenso ecológico” de los continentes, donde los experimentos biológicos son eliminados conforme el material genético se diluye con las especies dominantes. Su conclusión es que las organizaciones están dominadas por este “consenso ecológico”, que elimina la innovación.
No es difícil imaginar cuántas ideas no ven la luz del día debido a la apatía generalizada o al sabotaje de personas con otros intereses.
Neal Stephenson, en WorldPolicy, argumenta que los directivos de hoy han acogido la idea de eliminar la incertidumbre, y que el entorno los desincentiva a aventurarse con ideas no tan “seguras”.
No existe cosa tal como el largo plazo. Lo único que interesa son los próximos resultados trimestrales, o la siguiente elección. El hábil gerente de nuestro tiempo solo aspira a introducir mejoras marginales, como subiendo lentamente una loma que tiene una cima que no puede sobrepasarse. La búsqueda actual de certidumbre se ha convertido en la cicuta de la innovación.
Juan Carlos Valverde Solano
Ingeniero, administrador
Una persona nacida en 1900 creció con la carreta como medio de transporte cotidiano, pero murió familiarizada con la imagen del hombre caminando sobre la luna. Durante su vida, fue testigo de la masificación del automóvil, el teléfono, la televisión y el avión, entre otros.
Ahora son otros tiempos. Como consecuencia de la crisis de 1973, Jimmy Carter propuso, sin éxito alguno, la creación de una industria de combustibles sintéticos. Llevamos décadas hablando de la energía eólica y solar. Sin embargo, casi 40 años después de dicha crisis, hablar de energía es casi lo mismo que hablar de petróleo.
Pregúntese qué grandes avances ha tenido la humanidad desde los años setenta. Posiblemente se le ocurrirán cosas como los teléfonos celulares y el iPod. Sin embargo, no es fácil ver avances tan dramáticos como los que se alcanzaron hasta 1960.
Si el mundo hubiese seguido innovando a la velocidad de la primera mitad del siglo XX, usted tendría en su cochera un auto capaz de volar al espacio impulsado por hidrógeno líquido.
En “El gran estancamiento”, Tyler Cowen argumenta que la falta de grandes innovaciones ha incidido en la crisis financiera actual, pues el exceso de liquidez no se canalizó a nuevas ideas comerciales.
En BusinessWeek, Michael Mandel se pregunta dónde quedaron las grandes innovaciones de los noventa. ¿Cuántos nuevos empleos tendríamos si se hubiesen desarrollado grandes industrias alrededor de ideas como las terapias genéticas?
La desaceleración de la innovación se puede atribuir a varias razones. La estabilidad de la posguerra es una de ellas. La bomba atómica estuvo motivada por la necesidad de vencer al Eje. También, hay por allí quien diga que los alunizajes de las misiones Apollo fueron el logro más grande del comunismo.
Tim Harford, en el libro “Adaptación” compara las condiciones necesarias para la innovación con el entorno biológico de las Islas Galápagos. El aislamiento de las Galápagos es contrastado con el “consenso ecológico” de los continentes, donde los experimentos biológicos son eliminados conforme el material genético se diluye con las especies dominantes. Su conclusión es que las organizaciones están dominadas por este “consenso ecológico”, que elimina la innovación.
No es difícil imaginar cuántas ideas no ven la luz del día debido a la apatía generalizada o al sabotaje de personas con otros intereses.
Neal Stephenson, en WorldPolicy, argumenta que los directivos de hoy han acogido la idea de eliminar la incertidumbre, y que el entorno los desincentiva a aventurarse con ideas no tan “seguras”.
No existe cosa tal como el largo plazo. Lo único que interesa son los próximos resultados trimestrales, o la siguiente elección. El hábil gerente de nuestro tiempo solo aspira a introducir mejoras marginales, como subiendo lentamente una loma que tiene una cima que no puede sobrepasarse. La búsqueda actual de certidumbre se ha convertido en la cicuta de la innovación.
Juan Carlos Valverde Solano
Ingeniero, administrador