El niño que soñaba
| Martes 22 junio, 2010
El niño que soñaba
De niño soñaba con ser grande, tenía claras ciertas cosas sobre mi fututo: de profesión sería turista, tendría una casa amplia con muchos árboles y perros, así como todos los juguetes que siempre quise y que por razones incomprensibles nunca me compraron.
A veces imagino qué pasaría si pudiera reencontrarme con aquel pequeño y si estaría contento con lo que soy ahora. Probablemente reprocharía mi vestimenta de adulto, la carencia de viajes, la casa pequeña y la falta de árboles.
No comprendería por qué me llevo tareas del trabajo a la casa como si todavía estuviera en la escuela.
En términos generales, tengo la impresión de que, tanto usted como yo, quedaríamos en deuda con los pequeños que soñaban. Explicaciones sobran. La vida está llena de circunstancias y decisiones que nos hacen replantear nuestros caminos, pero siendo honestos, por más razón que tengamos, seríamos incapaces de convencer a los niños que fuimos.
Aún hoy sueño, pero lo hago distinto, con menos colores y un presupuesto ajustado. El precio de crecer es que la realización de los sueños llega a depender de nosotros mismos, quizá eso nos hace ser más cautos.
De vez en cuando vale la pena buscar las voces de los niños, propios o ajenos, para redescubrir nuestra capacidad de imaginar.
De niños miramos la vida de forma distinta, no digamos “inocente”, sino más bien libre, llena de posibilidades y esperanzas.
Sería bueno poder decir al menos que no abandonamos nuestros sueños, sino que estos cambiaron a lo largo de los años, y que aún seguimos soñando.
Rafael León Hernández
Psicólogo
De niño soñaba con ser grande, tenía claras ciertas cosas sobre mi fututo: de profesión sería turista, tendría una casa amplia con muchos árboles y perros, así como todos los juguetes que siempre quise y que por razones incomprensibles nunca me compraron.
A veces imagino qué pasaría si pudiera reencontrarme con aquel pequeño y si estaría contento con lo que soy ahora. Probablemente reprocharía mi vestimenta de adulto, la carencia de viajes, la casa pequeña y la falta de árboles.
No comprendería por qué me llevo tareas del trabajo a la casa como si todavía estuviera en la escuela.
En términos generales, tengo la impresión de que, tanto usted como yo, quedaríamos en deuda con los pequeños que soñaban. Explicaciones sobran. La vida está llena de circunstancias y decisiones que nos hacen replantear nuestros caminos, pero siendo honestos, por más razón que tengamos, seríamos incapaces de convencer a los niños que fuimos.
Aún hoy sueño, pero lo hago distinto, con menos colores y un presupuesto ajustado. El precio de crecer es que la realización de los sueños llega a depender de nosotros mismos, quizá eso nos hace ser más cautos.
De vez en cuando vale la pena buscar las voces de los niños, propios o ajenos, para redescubrir nuestra capacidad de imaginar.
De niños miramos la vida de forma distinta, no digamos “inocente”, sino más bien libre, llena de posibilidades y esperanzas.
Sería bueno poder decir al menos que no abandonamos nuestros sueños, sino que estos cambiaron a lo largo de los años, y que aún seguimos soñando.
Rafael León Hernández
Psicólogo