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El fracaso de los países remeseros

Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 24 octubre, 2007


“Remesas del año superan $3,2 mil millones” fue uno de los titulares de un diario centroamericano recientemente. Con orgullo escribió el periodista que las remesas son más importantes que cualquier ayuda bilateral que llega a su país.

El Salvador, Honduras, y Guatemala se han convertido en países que viven de las remesas —dineros enviados por los “hermanos lejanos” que voluntariamente se han expatriado para trabajar en el exterior, y que envían dineros para mantener a sus familias que quedan atrás—.

El flujo de dinero de las remesas ha permitido a estas tres naciones edificar sectores comerciales impresionantes. Después de todo, los recursos se gastan en el país en comida, ropa, transporte, televisores, refrigeradoras y entretenimiento. Para atender a esta demanda ha aparecido todo tipo de almacenes, pulperías, supermercados, malls, y ventas callejeras. El sector bancario se representa bastante sofisticado y próspero en estos tres países; reciben pedacitos de las remesas desde que llegan, hasta que al final de nuevo salen los recursos para pagar por alguna importación.

Lamentablemente El Salvador, Honduras y Guatemala no han sido tan ágiles en lo que es la creación de un sector turístico. En el caso del último, antes tenía un sector turístico bastante importante, pero una ola de crimen y violencia no le ha permitido seguir floreciendo. Tienen en sus territorios algunas maquiladoras que pudieran servir como un primer paso hacia un sector industrial, pero en general no han logrado progresar más allá de lo que es aportar mano de obra barata a un proceso de confección.

El problema fundamental que tienen es que porciones importantes del talento de su población se está exportando a Estados Unidos, Canadá y Europa. Los que emigran de estos países no son los más pobres; datos de la Gallup Global Survey demuestran que los que emprenden viaje para el exterior más probablemente tenían un empleo o poseían una pequeña empresa antes de expatriarse. Muchos de los que salen de El Salvador, Honduras y Guatemala para buscar su porvenir en el exterior exhiben niveles educativos por encima del promedio nacional. Los emigrantes no encuentran que haya un futuro en su país nativo y se van.

Entonces, es cierto que los países que viven de las remesas poseen una muy atractiva fuente de ingresos, y que es mucho más importante este dinero para mantener la economía nacional que cualquier programa de la USAID, de ACDI de Canadá o de lo que pudiera dar potencialmente una membresía en el ALBA. Pero está basado este flujo de dinero desde el exterior en una fuga de talento que enriquece el país que lo recibe, y mina la capacidad de la nación de origen a salir adelante a largo plazo.

Se debe notar que uno de los objetivos del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Centroamérica y Estados Unidos es la creación de mejores oportunidades de empleo para los ciudadanos de los países del istmo y de República Dominicana. Se espera la llegada de inversión extranjera que aprovecha el tratado. La realidad es que Costa Rica, que no vive de las remesas de sus expatriados, recibe el 60% de toda la inversión directa extranjera que llega a Centroamérica, y ahora que los costarricenses entraron al TLC es improbable que esta situación cambie.

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