El Papa valiente
| Sábado 15 marzo, 2008
El Papa valiente
La gigantesca obra de su Santidad Juan Pablo II puede analizarse desde diversos puntos de vista. Por su repercusión quisiera resaltar la extraordinaria valentía que tuvo para levantar su voz, señalar caminos y remar mar adentro, en medio de un mundo marcado por la crisis, el individualismo, la superficialidad y el materialismo.
Dejó claramente establecida esta determinación en el discurso inaugural de su pontificado cuando dijo al mundo: “no temáis darle la bienvenida a Cristo ni aceptar su poder”.
Comprendiendo, como pocos, que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, constituye una realidad que se inserta dentro de la evolución y el desarrollo del mundo y de la vida terrenal, seguro de su misión, presentó el evangelio como un medio para afrontar las dificultades de la vida contemporánea.
La Iglesia encuentra, como transmisora del evangelio, la inspiración y el mensaje para luchar contra el terrorismo y la inestabilidad política; para trabajar por la fraternidad, la justicia y la paz; para luchar contra todas las formas de dominación, esclavitud y discriminación y; para hablar por todos aquellos que no tienen voz y son permanentemente olvidados por los líderes mundiales.
¡No temáis!, fue su grito de guerra, su llamado a las armas. De esta manera, inspirado en la valentía de la Virgen María que prefirió mantenerse a los pies de la Cruz, en lugar de irse a lamentar a su casa, se lanzó por el mundo para hablar a favor de los derechos fundamentales, condenar el aborto y cualquier forma de agresión contra la vida humana.
A los sacerdotes y miembros de las diferentes órdenes religiosas, ante el influjo de las ideologías de la liberación y las denominadas iglesias populares o del pueblo, con coraje les recuerda que ellos son guías espirituales, no líderes sociales, ni políticos, ni funcionarios de un orden secular. Es decir, prohíbe la invención de doctrinas propias. Sobre este particular, los costarricenses recordamos la llamada de atención a Ernesto Cardenal, cura nicaragüense y sandinista, a quien conmina para que arregle su posición con la Iglesia.
Con la verdad de su lado combatió las mentiras del totalitarismo comunista y favoreció su caída. Sentenció, que dicho sistema se había revelado como una utopía inalcanzable, dado que se descuidaban y negaban aspectos esenciales de la persona humana, como el irreprimible anhelo por la libertad política y religiosa.
Por otro lado, condenó la explotación producida por el capitalismo salvaje e inhumano, que vuelve al hombre contra el hombre. En Estados Unidos señaló que, en el mundo capitalista, la vida muchas veces era tratada como un artículo de consumo y que la cultura occidental, tan habituada a dominar la materia, también sucumbía a la tentación de manipular las conciencias.
No olvidó decir que el principio de propiedad privada posee una dimensión social, razón por la cual, quienes gobiernan deberían procurar una distribución más justa y equitativa de los bienes, no solo dentro de las naciones, sino también, a nivel internacional, con el propósito de evitar que los países más fuertes opriman a los más débiles.
Sin ambages, declara que el mayor peligro de nuestro tiempo es el relativismo moral. Así pues, después de haber combatido el comunismo, establece que, en la actualidad, el problema es la crisis moral de la democracia occidental. “La libertad tiene que estar relacionada con la verdad. La democracia sin verdad está condenada al fracaso”.
En opinión del Papa, “un mundo sin la verdad sería el infierno mismo”. Por tanto, es crucial para el seguidor de Cristo conocer en qué consiste la verdad. “La verdad no puede imponerse sino mediante la fuerza de la misma verdad”.
El Papa valiente condena tanto la guerra como la violencia física y verbal. Rechaza el egoísmo tribal, el nacionalismo exacerbado y los fundamentalismos de cualquier índole. Advierte a los creyentes que la religión nunca más debe servir de pretexto para la guerra. “Nunca más cristianos contra cristianos, nunca más Iglesias contra Iglesias… Es necesario superar los resentimientos y los prejuicios del pasado”.
Congruente con esa vocación pacifista y en un gesto de extraordinaria humildad, Juan Pablo II ha conducido a la Iglesia a realizar un examen de los lados más oscuros de su historia; así, ha urgido a todos los creyentes a pedir perdón de los pecados y crímenes cometidos por los católicos en siglos pasados. Sin temor pregunta: “¿cómo podemos guardar silencio sobre todas las formas de violencia que han sido perpetradas en nombre de la fe y sobre las guerras religiosas, los tribunales inquisitoriales y otras formas de violar los derechos del individuo?”
Por último, el Papa peregrino, el amigo y mensajero de la paz, en su ancianidad, con su indeclinable capacidad de trabajo nos lega una última muestra de arrojo y valentía. El no abandonó el surco a pesar de su penoso estado físico y las enfermedades que le agobiaban. Trabajó hasta el último instante de su vida. ¡El no se “pensionó”! Más bien, consecuente con esa vocación por el trabajo, hacia el final de su largo y fecundo ministerio, citando a Jesús advierte: “quien pone su mano en el arado y vuelve la vista atrás, no sirve para el Reino de Dios. En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza”. Caminemos con esperanza —es su mensaje—. Es mucho lo que nos espera. “Remad mar adentro y echad vuestras redes para pescar”.
Alex Solís Fallas
Cédula 1-492-468
La gigantesca obra de su Santidad Juan Pablo II puede analizarse desde diversos puntos de vista. Por su repercusión quisiera resaltar la extraordinaria valentía que tuvo para levantar su voz, señalar caminos y remar mar adentro, en medio de un mundo marcado por la crisis, el individualismo, la superficialidad y el materialismo.
Dejó claramente establecida esta determinación en el discurso inaugural de su pontificado cuando dijo al mundo: “no temáis darle la bienvenida a Cristo ni aceptar su poder”.
Comprendiendo, como pocos, que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, constituye una realidad que se inserta dentro de la evolución y el desarrollo del mundo y de la vida terrenal, seguro de su misión, presentó el evangelio como un medio para afrontar las dificultades de la vida contemporánea.
La Iglesia encuentra, como transmisora del evangelio, la inspiración y el mensaje para luchar contra el terrorismo y la inestabilidad política; para trabajar por la fraternidad, la justicia y la paz; para luchar contra todas las formas de dominación, esclavitud y discriminación y; para hablar por todos aquellos que no tienen voz y son permanentemente olvidados por los líderes mundiales.
¡No temáis!, fue su grito de guerra, su llamado a las armas. De esta manera, inspirado en la valentía de la Virgen María que prefirió mantenerse a los pies de la Cruz, en lugar de irse a lamentar a su casa, se lanzó por el mundo para hablar a favor de los derechos fundamentales, condenar el aborto y cualquier forma de agresión contra la vida humana.
A los sacerdotes y miembros de las diferentes órdenes religiosas, ante el influjo de las ideologías de la liberación y las denominadas iglesias populares o del pueblo, con coraje les recuerda que ellos son guías espirituales, no líderes sociales, ni políticos, ni funcionarios de un orden secular. Es decir, prohíbe la invención de doctrinas propias. Sobre este particular, los costarricenses recordamos la llamada de atención a Ernesto Cardenal, cura nicaragüense y sandinista, a quien conmina para que arregle su posición con la Iglesia.
Con la verdad de su lado combatió las mentiras del totalitarismo comunista y favoreció su caída. Sentenció, que dicho sistema se había revelado como una utopía inalcanzable, dado que se descuidaban y negaban aspectos esenciales de la persona humana, como el irreprimible anhelo por la libertad política y religiosa.
Por otro lado, condenó la explotación producida por el capitalismo salvaje e inhumano, que vuelve al hombre contra el hombre. En Estados Unidos señaló que, en el mundo capitalista, la vida muchas veces era tratada como un artículo de consumo y que la cultura occidental, tan habituada a dominar la materia, también sucumbía a la tentación de manipular las conciencias.
No olvidó decir que el principio de propiedad privada posee una dimensión social, razón por la cual, quienes gobiernan deberían procurar una distribución más justa y equitativa de los bienes, no solo dentro de las naciones, sino también, a nivel internacional, con el propósito de evitar que los países más fuertes opriman a los más débiles.
Sin ambages, declara que el mayor peligro de nuestro tiempo es el relativismo moral. Así pues, después de haber combatido el comunismo, establece que, en la actualidad, el problema es la crisis moral de la democracia occidental. “La libertad tiene que estar relacionada con la verdad. La democracia sin verdad está condenada al fracaso”.
En opinión del Papa, “un mundo sin la verdad sería el infierno mismo”. Por tanto, es crucial para el seguidor de Cristo conocer en qué consiste la verdad. “La verdad no puede imponerse sino mediante la fuerza de la misma verdad”.
El Papa valiente condena tanto la guerra como la violencia física y verbal. Rechaza el egoísmo tribal, el nacionalismo exacerbado y los fundamentalismos de cualquier índole. Advierte a los creyentes que la religión nunca más debe servir de pretexto para la guerra. “Nunca más cristianos contra cristianos, nunca más Iglesias contra Iglesias… Es necesario superar los resentimientos y los prejuicios del pasado”.
Congruente con esa vocación pacifista y en un gesto de extraordinaria humildad, Juan Pablo II ha conducido a la Iglesia a realizar un examen de los lados más oscuros de su historia; así, ha urgido a todos los creyentes a pedir perdón de los pecados y crímenes cometidos por los católicos en siglos pasados. Sin temor pregunta: “¿cómo podemos guardar silencio sobre todas las formas de violencia que han sido perpetradas en nombre de la fe y sobre las guerras religiosas, los tribunales inquisitoriales y otras formas de violar los derechos del individuo?”
Por último, el Papa peregrino, el amigo y mensajero de la paz, en su ancianidad, con su indeclinable capacidad de trabajo nos lega una última muestra de arrojo y valentía. El no abandonó el surco a pesar de su penoso estado físico y las enfermedades que le agobiaban. Trabajó hasta el último instante de su vida. ¡El no se “pensionó”! Más bien, consecuente con esa vocación por el trabajo, hacia el final de su largo y fecundo ministerio, citando a Jesús advierte: “quien pone su mano en el arado y vuelve la vista atrás, no sirve para el Reino de Dios. En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza”. Caminemos con esperanza —es su mensaje—. Es mucho lo que nos espera. “Remad mar adentro y echad vuestras redes para pescar”.
Alex Solís Fallas
Cédula 1-492-468