Discapacidad, igualdad y concepciones sociales
| Martes 22 diciembre, 2015
Discapacidad, igualdad y concepciones sociales
A lo largo de la historia y de nuestro paso por el mundo, hemos ido ganando espacios en materia de dignidad humana al comprenderla como elemento fundante de los derechos que nos asisten a todas las personas por el solo hecho de existir.
Sin embargo, al pensar en los ideales renacentistas de libertad, igualdad y fraternidad (solidaridad) que sirvieron para configurar los derechos humanos que hoy conocemos; se comprueba con tristeza, que en muchos casos persiste la incomprensión y la oposición al reconocimiento de esos valores fundamentales.
Veamos por ejemplo, el principio de igualdad. Algunas personas siguen pensando que se busca “igualar” a la gente como si fueran copias idénticas, pero eso nada tiene que ver con derechos humanos.
Se trata de la igualdad en al menos tres vertientes esenciales: en la titularidad de los derechos, en las posibilidades reales para el ejercicio de los derechos y mediante el ejercicio propiamente dicho de estos derechos. Si bien acá no las desarrollaremos, vale decir que de ninguna manera se pretende volver a las personas “igualiticas”. Tal cosa además de imposible sería absurda.
Además, la igualdad no se puede dar por sí misma, es relacional y supone tomar en cuenta la posición de las otras personas en su amplitud y diferencia. Es decir, comprender la igualdad dentro de la amplia diversidad humana es un tema de derechos y no de apariencia física, de edad, origen, color de piel, creencia, orientación sexual o condición de discapacidad.
Recientemente, leí un comentario (que no puedo llamar artículo), donde además de hacer burla de la condición de discapacidad, se confunde a más no poder el principio de igualdad y al hacerlo, deslegitima con sorna, desdén y un aplastante desconocimiento, todo el contexto en el que han ido avanzando los derechos humanos en general, y particularmente los de la población con discapacidad, cuyas luchas contra la discriminación han sido muchas —y siguen siéndolo— frente a un entorno social que las clasifica entre la enfermedad, la “minusvalía” y los prejuicios arraigados en el desconocimiento y en la dificultad para comprender las acciones afirmativas, por ejemplo, como mecanismos necesarios —y no favores o privilegios— para que las personas con discapacidad puedan ejercer realmente sus derechos en condiciones de igualdad a partir de su diferencia.
El trabajo en favor de los derechos humanos, es arduo. Lo sé porque he dedicado mi vida a él. Pero también sé que los avances existen, aunque, como diría Eduardo Galeano, el horizonte de esa utopía sigue lejos y es mucho el camino que aún debemos recorrer para alcanzarlo.
Derribar prejuicios, visiones de mundo pequeñas y de suma cero, que desdeñan al ser humano por no reconocerle en su esencia desde una básica alteridad, es quizá el mayor reto que enfrenta el sueño de plenitud de los derechos humanos para todas y todos, en condiciones verdaderas de justicia e igualdad.