Director técnico: del cielo al infierno
Arturo Jofré arturojofre@gmail.com | Viernes 18 septiembre, 2009
No hay posición más poderosa y frágil que la de un Director Técnico de fútbol (DT). Si llega a dirigir la selección nacional, sus palabras, sus decisiones, sus omisiones, son siempre el “tema país”. A fin de cuentas, allí se personifica la sed de triunfo colectivo de cientos de miles… de millones de personas. El éxito es el precio por la lealtad de las multitudes. Pero el éxito es frágil y tarde o temprano se mostrará esquivo.
Cuando las cosas empiezan a ir mal el DT se hace vulnerable. Los medios que magnifican los triunfos ahora hacen lo mismo pero con los errores. La gente y los medios asumen el papel del DT. Lo más trágico de una derrota es que genera un ambiente turbio que lleva a decisiones y actitudes que conducen inexorablemente al desastre.
Es cierto que una derrota puede tener un efecto contrario. Una caída puede ser fuente de cohesión, de mayor esfuerzo y espíritu de grupo, es decir, puede ser el preámbulo del éxito. Pero para llegar a eso se requiere haber construido un equipo fuerte antes de la derrota, no después. Los grupos sólidos no se autoflagelan ni se desarman cuando las cosas empiezan a ir mal, por el contrario, se fortalecen.
El éxito genera personajes engreídos, es un trampolín que puede dar impulso o hacer caer. En el mundo empresarial este es un tema recurrente de estudio, ya que el éxito se busca, pero al mismo tiempo se teme porque él viene acompañado de nuevos retos. Los triunfos repentinos enceguecen, los actores se inflan como burbujas y el ambiente les crea condiciones para las cuales no están preparados: la gente los idolatra como a becerros de oro, los micrófonos y las cámaras los siguen incesantemente y los aplausos generan ecos peligrosos.
Cuando las cosas empiezan a caminar mal la temperatura se va al otro extremo y entonces todo se transforma. Calentar a la gente con expectativas exageradas, para repentinamente enfriarlas, solo puede producir desazón. Lo trágico es que este cambio puede ocurrir en apenas unas semanas o en un día… o en 90 minutos… o en los segundos en que un maldito tiro voló unos centímetros más allá de la portería. Esos instantes bastan para que los laureles se desprendan de la cabeza del técnico y caigan como ramas malditas.
Alguna vez don Francisco Rivas, ese gran preparador nacional de campeonas de la natación, dijo que las claves del éxito en ese deporte individual eran la disciplina (que incluye la constancia), la planificación y la motivación. En un deporte que requiere una actitud de equipo, el éxito duradero es aún más exigente.
Esta columna no trata sobre fútbol, yo sería el menos indicado para hacerlo. Se trata de rescatar las lecciones y que no son exclusivas del fútbol. A veces la improvisación, el entusiasmo sin cimientos, el esfuerzo disperso, la suerte, nos pueden dar buenos momentos, pero si buscamos algo duradero y sólido necesitamos ir más allá. Si no lo entendemos así, es difícil salir del círculo.
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