Control social o autocontrol
| Sábado 06 septiembre, 2008
Control social o autocontrol
Aquellos que nos criamos en el mundo pre-Internet, fuimos educados bajo ciertos preceptos morales que marcaban límites claros a nuestras acciones. Algunos señalan que el respeto a estos límites responde a la vigilancia que ejerce la sociedad sobre nosotros, o bien, a la sociedad-en-nosotros, es decir, cuando prejuzgamos si la sociedad aprobaría o no nuestros actos y el sentimiento de culpa o conformidad resultante de ese juicio.
Las nuevas generaciones por su parte, se desarrollan entre dos mundos posibles: el público-real y el anónimo-virtual. El primero se rige por las mismas reglas de antaño, el otro sin embargo, bajo la máscara del anonimato, permite que los controles sociales queden sin efecto ante la viabilidad de no recibir castigo o de no ser juzgados por nuestras acciones.
El mundo virtual nos da mayores posibilidades de no ser identificados, que las que tiene un criminal tras una máscara. Observamos entonces como una persona que en el mundo real sería incapaz de cometer estafas, infidelidades, robos y otros actos, sí puede llevarlos a cabo “en línea”, gracias al disfraz que le brinda Internet.
Más allá de la diferenciación que se pueda hacer entre lo real y lo virtual, conviene preguntarse sobre el efecto que ejerce el anonimato sobre la conformación de nuestra personalidad y de la interiorización de la moral social en nosotros.
Es posible que quienes están creciendo con la posibilidad de no ser identificados, sucumban más fácilmente a las tentaciones virtuales o reales; siempre y cuando su desarrollo moral responda a las consecuencias o al castigo de sus actos.
Queda la esperanza (y la necesidad) de que estas nuevas generaciones alcancen una madurez tal, que sus acciones no respondan al control social, sino al autocontrol que nace de la consideración de la dignidad de los demás y de los derechos universales: cuando los actos no responden solo a lo que le pasa a uno mismo, sino que también se toma en cuenta lo que les pase a los otros, siempre en busca del bien común.
Rafael León Hernández
Psicólogo
Aquellos que nos criamos en el mundo pre-Internet, fuimos educados bajo ciertos preceptos morales que marcaban límites claros a nuestras acciones. Algunos señalan que el respeto a estos límites responde a la vigilancia que ejerce la sociedad sobre nosotros, o bien, a la sociedad-en-nosotros, es decir, cuando prejuzgamos si la sociedad aprobaría o no nuestros actos y el sentimiento de culpa o conformidad resultante de ese juicio.
Las nuevas generaciones por su parte, se desarrollan entre dos mundos posibles: el público-real y el anónimo-virtual. El primero se rige por las mismas reglas de antaño, el otro sin embargo, bajo la máscara del anonimato, permite que los controles sociales queden sin efecto ante la viabilidad de no recibir castigo o de no ser juzgados por nuestras acciones.
El mundo virtual nos da mayores posibilidades de no ser identificados, que las que tiene un criminal tras una máscara. Observamos entonces como una persona que en el mundo real sería incapaz de cometer estafas, infidelidades, robos y otros actos, sí puede llevarlos a cabo “en línea”, gracias al disfraz que le brinda Internet.
Más allá de la diferenciación que se pueda hacer entre lo real y lo virtual, conviene preguntarse sobre el efecto que ejerce el anonimato sobre la conformación de nuestra personalidad y de la interiorización de la moral social en nosotros.
Es posible que quienes están creciendo con la posibilidad de no ser identificados, sucumban más fácilmente a las tentaciones virtuales o reales; siempre y cuando su desarrollo moral responda a las consecuencias o al castigo de sus actos.
Queda la esperanza (y la necesidad) de que estas nuevas generaciones alcancen una madurez tal, que sus acciones no respondan al control social, sino al autocontrol que nace de la consideración de la dignidad de los demás y de los derechos universales: cuando los actos no responden solo a lo que le pasa a uno mismo, sino que también se toma en cuenta lo que les pase a los otros, siempre en busca del bien común.
Rafael León Hernández
Psicólogo