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Aritmética fiscal y gasto

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 13 octubre, 2014


Los diputados que propugnan la disminución del gasto llevan razón. Ojalá ejecuten sus buenos propósitos


Disyuntivas

Aritmética fiscal y gasto

Es muy justificado el debate de las últimas semanas sobre el nivel de gasto del presupuesto nacional. Si la deuda pública crece indefinidamente llega el momento en que nos cierran el crédito porque se considera impagable, y viene la crisis.
Ya lo hemos vivido. Lo peor es que como aumentan los gastos corrientes y no la inversión, nos endeudamos sin aumentar la capacidad productiva. Es usar la tarjeta de crédito para pagar los gastos recurrentes de la familia.
Los números que se vienen discutiendo son los del presupuesto. Los que nos interesan —al fin y al cabo— son los reales. No todos los gastos presupuestados se ejecutan: hay puestos que quedan vacantes, compras que no se terminan en el año, inversiones que se inician más tarde etc.
En los últimos cinco años el promedio de sub-ejecución de los gastos sin intereses ni amortización es de un 0,9% del PIB. Esto nos reduce automáticamente el déficit real. Pero esa reducción no es suficiente por el alto nivel del déficit financiero, que sería de 5,8% del PIB, el más alto desde 1980.
El crecimiento en los egresos corrientes presentados por el Poder Ejecutivo haría crecer aceleradamente la deuda pública (déficit primario de ejecución de 2,7% del PIB y tasa de crecimiento de la economía menor a la tasa de interés) y continuaríamos financiado los gastos ordinarios con deudas (déficit en cuenta corriente de 4,2% del PIB).
¿Hay un superávit en el resto del sector público que compense esta situación del gobierno central? Sí, pero apenas compensa las pérdidas del Banco Central por lo que quedamos en las mismas.
¿Se podría resolver este desequilibrio fiscal solo por aumento de los ingresos? No, su aumento sería tan elevado que disminuiría el crecimiento de la economía y el déficit primario haría crecer aún más la deuda pública.
Si consideramos los efectos en la gestión tributaria con la reforma en 1999 del Código de Normas y Procedimientos Tributarios y la Ley de Simplificación Tributaria de 2001, parece muy difícil poder aumentar por esta vía los ingresos en más de un 1% del PIB.
Por otra parte las propuestas de aumento tributario en los últimos 13 años han sido del orden del 2% del PIB. Y no fueron aprobadas. Aún si durante el resto de este gobierno se pudiera aprobar un incremento de tributos de esa magnitud, ello no sería suficiente para equilibrar las finanzas públicas y evitar una deuda pública explosiva y dedicada a financiar gastos corrientes.
Esto por las necesidades de inversión pública no satisfechas que son del orden del 1,5% del PIB.
Con estos números para que ni el déficit primario determine que siga creciendo la deuda externa en relación al PIB ni el déficit en cuenta corriente signifique que nos seguimos endeudando para pagar gastos que no son de inversión, se debería bajar el gasto corriente en un monto del orden del 1% del PIB, o sea los ¢300 mil millones de los que se ha estado hablando en la discusión del presupuesto para 2015.
Los diputados que propugnan la disminución del gasto llevan razón. Ojalá ejecuten sus buenos propósitos.

Miguel Ángel Rodríguez
 

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