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Ante otro brumario

Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 20 diciembre, 2012


El concepto (“Los Arias”) lleva una marca despectiva y evoca un sentimiento de temor a lo que un nuevo Presidente Arias pueda hacer de dañoso en la institucionalidad democrática y en lo que queda del Estado Social


De cal y de arena

Ante otro brumario

Con las administraciones Arias Sánchez se percibía liderazgo, vocación de gobierno, definición ideológica y trabajo de equipo. El país supo en ambos períodos para dónde marchaba. Hubo decisiones que desataron grandes críticas por su huella en las finanzas públicas y en la estructura del Estado Social de Derecho, aquellas en rojo y este desguazado.
En el caso de la administración Chinchilla la ausencia de liderazgo y de plan de gobierno está causando estragos; no hay pericia política en su gabinete; la improvisación en su marcha le hace tropezar día a día; obran sin brújula ni batuta; los problemas —de ámbito nacional y regional— se acumulan irresolutos y desencadenan marchas y bloqueos sin precedentes.
Ni siquiera hay muestras de capacidad para cumplir la promesa de campaña de firmeza y honestidad; tampoco para rectificar los errores materiales y morales que heredó de su predecesor.
Los sondeos de opinión descalifican su administración, la acusan de inepta y advierten la presencia de la corrupción en nivel no visto antes. En las páginas de la historia este cuatrienio quedará como algo de lo más malo habido.
No es que los gobiernos Arias fuesen un dechado de virtudes. Hay mucho que criticarles en lo fiscal, lo social y lo institucional, también en el plano de la ética y en el tema de la peligrosamente grande concentración de poder, que cultivaron sin asco. Con todo ese lastre, peor es la actual percepción de vacío.
Resulta que en las elecciones de 2014 doña Laura no será candidata y que don Rodrigo Arias no tendrá que medirse con ella. Por ironías de la política, tendrá que medirse con su propia sombra. Que es la sombra que desprende el espectro del temor que provoca la imagen de una dinastía embriagada por el gran poder político que ha llegado a acumular, ejercido sin miramientos ni recato a la hora de doblegar oposiciones y purgar resistencias y con manifiestas vocaciones narcisistas y autocráticas.
“Los Arias”… cuando se espeta esta denominación no es para aupar una tradición política liderada por determinados políticos y signada por la obra de dos gobiernos. El concepto lleva una marca despectiva y evoca un sentimiento de temor a lo que un nuevo Presidente Arias pueda hacer de dañoso en la institucionalidad democrática y en lo que queda del Estado Social.
Esta es la sombra que persigue a don Rodrigo; no precisamente su experiencia política ni su aptitud para gobernar y trazar rumbos. Quien le disputa la candidatura —Johnny Araya— no se ocupa de definiciones ideológicas ni de exponer su visión de país ni de explicar cómo va a encarar los desequilibrios fiscales, sociales, políticos y morales.
Se pavonea con la obra de cemento y varilla que ha impulsado en el Cantón Central de San José, de obvia marca caótica y desafiante; no importa. Más importante le es lucrar con el temor a la sombra de “los Arias” y sacar provecho del desconcierto que reina en el arcoíris de “derechos de llave” de la acera de enfrente. Apuesta a que en 2013 se dé el brumario en que el Directorio de los Arias sea desplazado por el Consulado de los Araya.

Álvaro Madrigal

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