No se nace hombre, y se puede llegar a no serlo
| Sábado 13 abril, 2013
El monstruo no es el monstruoso en sí, como apuntó Gayatri Spivak en su análisis de Frankenstein, sino que resulta víctima de determinados aparatos discursivos
No se nace hombre, y se puede llegar a no serlo
Las restricciones impuestas por el sistema sexo/género perpetúan la injusticia.
La identidad sexual masculina es un proceso de transacción ético-política conectada a la supremacía del hombre, argumentó John Stoltenberg en su libro Negándose a ser un hombre: Ensayos sobre el Sexo y la Justicia (1989).
De esta forma, desvelaba como este poder mortífero, lo es no solo para quienes la modernidad planteaba como no personas, sino también para quien debe performar cotidianamente su hombría a través de un código de disciplina corporal y afectiva, que conlleva representaciones que no remiten a ninguna esencia masculina, pero que impiden el reconocimiento del propio deseo y cuerpo.
La explicación clásica y esencialista sobre la violencia de género se estructura a partir de una especie de ontología naturalista de la diferencia sexual. Desde esta perspectiva, el sexo sería algo natural, anclado a lo genital, mientras la diferencia de género derivaría de una construcción socio-simbólica ligada a un proceso dialéctico de dominación y opresión (en el que los opresores serían los hombres y las oprimidas las mujeres).
Es sobre esto a lo que quiero referirme, el monstruo no es el monstruoso en sí, como apuntó Gayatri Spivak en su análisis de Frankenstein, sino que resulta víctima de determinados aparatos discursivos que producen monstruosamente su cuerpo y una diferencia sexo/genérica que regula, reproduciendo dicho imaginario en diversas esferas de la cultura a través del tiempo. Lo que Foucault llamó regímenes de verdad, ha tenido la noción de diferencia sexual y heterosexualidad normativa como elementos de su matriz constitutiva.
El Banco Mundial, en su Informe sobre el desarrollo mundial 2012, mediante un estudio en varios países, determinó cómo la reproducción de la desigualdad de género entre generaciones es el aspecto más persistente de los resultados en materia de género a nivel global, incluso aun cuando aumenten los ingresos, las normas ancladas al sexo/genero impiden el desarrollo no solo de las actuales generaciones, sino de las futuras, perpetuando la desigualdad, violencia y pobreza.
Edvan Córdova Vega
Permítanme ejemplificar esto acudiendo a una escena de infancia, vinculada al fútbol. Este deporte tal vez sea el ejemplo más explícito de construcción y disciplinamiento del cuerpo signado como masculino, una tecnología que produce hombres y no hombres, una escena del niño que nunca fui, pero debía ser, y cómo era instado a construirme, a través de la actuación reiterada, lo que Butler llama actos performativos, aun cuando reproducir estos, significara mi propia borradura.
Durante mi infancia lo usual era practicar al fútbol, eso eran las clases de física, la obligatoriedad de jugar era parte constitutiva del hacerse hombre, el negarse a ese destino mediante múltiples “verdades” que incluyeron en mi caso hasta una asma sintomática —intentos todos de contrariar de forma menos perturbadora la ideología de la diferencia sexual—, me construía como no hombre, digno de la burla y violencia, la descalificación siempre ligada a la femineidad. El binarismo heterosexista es evidentemente efeminofóbico.
No se nace hombre o mujer, y se puede elegir no llegar a serlo, más que demandas de protección o reconocimiento, urge la construcción de alternativas a los destinos que atan estos signos, la creación de nuevas formas de afectividad y la legitimación política de modos de vida alternativos.
Edvan Córdova Vega
Estudiante universitario