Entre la libertad y el atropello
| Sábado 22 septiembre, 2012
Debemos ser educados para la convivencia en el mutuo respeto, sin ver en ello un acto romántico, sino la única forma de promover la paz
Entre la libertad y el atropello
Los recientes acontecimientos ocurridos en Francia a causa de unas caricaturas de Mahoma publicadas en una revista satírica, dan ocasión para reflexionar seriamente sobre la responsabilidad que implica el derecho a la libertad.
Cuando la posibilidad de ser libres se ejerce sin la responsabilidad que conlleva, se puede ofender y atropellar la libertad de otros. A esto no tenemos derecho.
Ser libres implica respetar el derecho a la libertad de los demás, no a promover las guerras, el negocio de la muerte.
Este principio, que debería ser uno de los más sólidos y una convicción que nos acompañe en la vida desde la infancia, ha de ser enseñada, con el ejemplo, en el hogar, en los centros educativos, en los centros de poder, de gobierno y en todo lugar que se precie de transmitir lo mejor de la cultura.
Generalmente estamos predispuestos a exigir el respeto a nuestros derechos fundamentales, pero no siempre estamos lo suficientemente conscientes de la obligación que con ello adquirimos, de comportarnos de modo que los demás también puedan ejercer esos derechos.
La burla, la ofensa y la violencia hacia quienes profesan una u otra fe, o a los que dicen no tenerla, han acompañado la historia de la humanidad. Sin embargo, si algo demuestra el avance en el nivel de conciencia eso es justamente la capacidad de conducirse respetando a los otros.
Hoy que el mundo pareciera haberse hecho más pequeño porque estamos más interconectados y comunicados, tenemos oportunidad, en general, de conocer las diferentes culturas, algo que antes solía estar al alcance solo de los estudiosos de ellas.
Actualmente nuestra educación debe incluir un conocimiento básico de las diferentes culturas, suficiente al menos para aprender a tener hacia ellas el mismo miramiento a que aspiramos para la nuestra.
Por ello, es mayor nuestro deber comprender y tolerar las creencias de quienes habiendo nacido en otras latitudes abrazan credos diferentes al nuestro.
El profundo respeto mutuo es lo único que puede acercarnos paulatinamente a una convivencia global civilizada y libre. A alcanzar el estado de paz que, en el fondo, todos anhelamos más allá del lugar del planeta en que habitemos.
Los países, por ello, deberán ocuparse, mediante la educación, de que no haya pequeños focos de ignorancia e irrespeto entre sus pueblos, sino que todos, independientemente de su clase o condición, tengan acceso a ser educados para la convivencia en el mutuo respeto, sin ver en ello un acto romántico, sino la única forma de promover la paz.