Oscar Tusquets: "Esta pandemia nos va a hacer más tontos, estoy seguro"
Irene Hernández Velasco - BBC News Mundo | Lunes 26 abril, 2021
Arquitecto, diseñador, pintor, escritor, Oscar Tusquets (Barcelona, 1941) es una especie de hombre del Renacimiento que domina numerosas artes y saberes.
Su trayectoria profesional está jalonada con numerosos premios, que incluyen en España el Nacional de Diseño y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, y en Francia, la insignia de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.
Y entre las obras arquitectónicas que llevan su nombre destacan la remodelación del Palau de la Música en Barcelona (declarado por la UNESCO patrimonio de la humanidad), la estación Toledo del metro de Nápoles, y el auditorio Alfredo Kraus en Las Palmas de Gran Canaria.
Pero más allá de todo eso, más allá de la vida tan plena y enriquecedora que ha tenido y de toda la gente que ha conocido (desde Dalí a Gabriel García Márquez, pasando por un sinfín de nombres), Tusquets es un ser libre e independiente al que no le importa nadar contracorriente.
La prueba está en su último libro, "Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo" (Anagrama), un ensayo delicioso que ha terminado de escribir durante la pandemia de coronavirus y en el que, además de repasar su vida, reflexiona sin pelos en la lengua sobre el envejecimiento y la necesidad de aprender a morir.
Dice en el prólogo de su nuevo libro que esta pandemia, además de hacernos más pobres por la crisis económica que ha desatado, también nos va a hacer más tontos…
Así es, nos hará más tontos, estoy seguro. Yo no he oído decir tonterías más grandes que durante estos meses.
He oído culpar de la pandemia al urbanismo, a la mala arquitectura, a la polución -que es dramática, pero que no tiene nada que ver con la pandemia-, al capitalismo, al machismo…
Pandemias ha habido a lo largo de la historia, y mucho peores. Lo que es absolutamente novedoso en esta pandemia es su rápida expansión.
Lo que antes llegaba a Venecia y al cabo de un año llegaba a París, y otro año después llegaba a Londres, ahora se propaga en cuestión de horas. Esto sí que es nuevo.
Se queja en su último libro de que la respuesta de los políticos y representantes públicos ante esta pandemia ha sido muy lamentable. Y dice que echa en falta que nadie haya hecho un acto de humildad, que nadie haya reconocido públicamente que no sabía cómo enfrentarse a ella…
Yo de niño ya había detectado que un buen profesor era aquel que ante ciertas preguntas nos decía: "¿Sabéis qué? No lo sé". Ese era un buen profesor, y yo esperaba que al menos algún político dijera: "Esto es tan nuevo que nos tiene desconcertados y no sabemos qué hacer".
Esto es lo que esperaba, pero en lugar de eso todos han actuado como si supieran muy bien lo que había que hacer mientras daban palos de ciego, un término español que me parece que no tiene traducción en otros idiomas.
Eso, dar palos de ciego, es lo que me parece que han hecho en general los políticos del mundo.
En su libro también afirma que "la reacción del mundo contra esta pandemia ha sido tardía, dubitativa, timorata, cobarde y cursi". ¿Por qué cursi?
Ha sido muy cursi. Durante un tiempo en España, al principio de la pandemia, hubo una reacción entusiasta de salir al balcón, tocar la guitarra y cantar "Resistiré".
Y claro, esto lo puedes pedir durante un mes, no lo puedes pedir durante más de un año. Y sobre todo no se lo puedes pedir a la gente joven. No podemos sacrificar una generación.
La gente joven ve la muerte muy lejos, mueren muy pocos jóvenes por covid-19 y tienen ganas de beber, de encontrarse, de divertirse, de follar y de hacer una vida más natural.
Yo tengo hijos de 16 años, y les hemos robado un año y pico de ver a sus amigos del colegio. Es que es algo tremendo.
Dice que salvar vidas puede ser lo más importante, pero que tal vez no sea lo único importante…
Así es. Ahora con la vacuna está cambiado muchísimo, pero en general con esta pandemia moría gente muy mayor.
Uno miraba las esquelas en los periódicos y veía gente de 90 años, gente que si no hubiera muerto de esto habría muerto de otra cosa.
No digo que esas muertes no sean importantes, lo son. Pero cerrar por ejemplo la fábrica más importante de automóviles de España es algo que no sólo afecta a sus miles de empleados, sino también a muchos talleres que fabrican parabrisas, cajas de cambio y demás accesorios del automóvil.
Eso es traumático y eso es algo que nos va a llevar a una miseria galopante, va a ser tremendo.
Su libro arranca contando un viaje al frente del Somme, en Francia, un lugar donde durante la Primera Guerra Mundial hubo un millón de muertos y donde varios monumentos funerarios recuerdan a esas víctimas. Como arquitecto, ¿cree que debería hacerse un monumento funerario por los caídos por el coronavirus?
Tenía ganas de llevar a mi familia a ver el Somme, un frente que se estableció entre París y Calais y donde morían 70.000 jóvenes en una mañana.
Es muy emocionante verlo, porque el paisaje aún está alterado por la explosión de los obuses y hay unos cementerios llenos de cruces o de lápidas. Y para los combatientes no encontrados hay unos memoriales; en concreto uno dedicado a 7.000 fallecidos cuyos cadáveres no fueron hallados, que es maravilloso.
Es de una época, de los años 20 del siglo XX, cuando la arquitectura aún sabía hacer monumentos.
Yo creo que los monumentos de la Segunda Guerra Mundial ya son muchísimo menos grandiosos, se ha perdido la tradición de saber hacerlos.
Por tanto, no creo que deberíamos hacer ningún monumento a los muertos por el coronavirus. La peste negra mató a 10 millones de personas, y no se les ha hecho ninguno.
El recuerdo de esta pandemia no sé cómo debe establecerse, pero creo que es muy difícil hoy en día hacer un monumento.
Esta pandemia nos está obligando a pasar mucho más tiempo en nuestras casas. ¿Cree que el coronavirus puede provocar cambios en el modo en que se conciben la arquitectura y el urbanismo?
Absolutamente no.
Una periodista española le preguntó al gran arquitecto portugués Souto de Moura si con la preocupación ecológica iba a cambiar la arquitectura. Y Soto de Moura respondió que la buena arquitectura ha sido siempre ecológica y que no había por tanto que cambiar nada por la pandemia. Yo estoy de acuerdo.
La arquitectura popular de Ibiza, por ejemplo, es súper ecológica, como lo es la arquitectura popular de casi todos los sitios del mundo.
A mí como arquitecto esta pandemia no me va a cambiar en absoluto mi manera de pensar sobre urbanismo y arquitectura.
Dice, citando el famoso libro de Nassim Nicholas Taleb, que esta pandemia fue en su inicio un auténtico "cisne negro". ¿Nos lo explica?
Lo del "cisne negro" lo leí hace un año en un libro de N.N Taleb y me abrió un mundo.
Taleb explica que hasta el siglo XVIII el mundo conocido estaba convencido que todos los cisnes eran blancos. Pero de pronto en Australia aparecieron cisnes negros, absolutamente negros, y fue una sorpresa total, un hecho totalmente insospechado.
Entonces, llama "cisnes negros" a aquellos acontecimientos imprevisibles que pueden alterar la historia. Como las crisis y las guerras que llegan de manera imprevista.
Taleb sostiene que el inicio de la enfermedad y de los contagios en Wuhan fue un "cisne negro", aunque reconoce que su expansión universal podía y debía preverse.
Pero sin duda lo que no ha sido un "cisne negro" es lo mal que se ha gestionado. Porque con la información que había una pandemia como esta podíamos haberla tenido mejor prevista.
Yo de todas maneras opino que el comportamiento de los científicos ha sido excepcional.
Dijeron que en 10 años no se encontraría una vacuna convincente y han tardado uno. Y lo que es evidente es que la gente que se vacuna no se infecta.
Yo estoy esperando que me la pongan, porque me toca, porque voy a cumplir 80 años, pero no me llaman.
Algunos dicen que con esta pandemia hemos aprendido muchas cosas: a cocinar, a teletrabajar, a ser más resilientes… ¿Usted ha aprendido algo?
Particularmente no, nada. Siempre se trata de ver algo positivo en las cosas y no, yo no veo nada positivo en esta pandemia.
Yo verdaderamente trabajaba mucho en mi taller, que está en casa, antes de la pandemia, y lo he seguido haciendo. Hice por ejemplo un buen autorretrato que se llama "Retrato compaginado".
Al principio, cuando no se podía salir a la calle nada más que para pasear al perro, yo que tengo uno lo sacaba a pasear, veía series de televisión desde la mañana a la noche, pintaba y escribía. Escribí este libro.
Pero no, no he aprendido nada. Tal vez sólo que somos muy resistentes, pero esto ya lo pensaba.
Tras final de la Primera Guerra Mundial, a la que siguió la "gripe española" y sus muchísimas muertes, llegaron los felices años 20. Es decir, que la sociedad lo superó.
El ser humano es muy resistente, y yo ya lo sospechaba.
¿Qué echa de menos?
Echo mucho de menos viajar. Echo de menos ir a museos, ir a cenar y echo de menos a los amigos.
¿Esta pandemia es el hecho de mayor magnitud que ha vivido en sus casi 80 años?
Claro, hacía más de 100 años que no se veía una pandemia como esta, tan universal.
Antes, la gente pudiente cuando había una epidemia en Venecia se desplazaba, se iba a otro sitio. Pero esta pandemia es universal, no hay adonde huir.
¿Y cómo es envejecer en la pandemia? ¿Ha tenido usted miedo en algún momento?
No. Yo estoy a punto de cumplir 80 años y creo que una de las razones de haber escrito este libro tan rápidamente en un año -porque yo antes tardaba tres años y medio o cuatro en hacer un libro- ha sido ver venir los 80, aceptar que soy un anciano y que lo lógico es que mi mujer, que es mucho más joven que yo, y mis hijos, me vean morir.
Yo se los digo, y les digo que no hagan un trauma de esto, porque es ley de vida.
Yo creo que hay que aprender a morir. Hago escritos, pinturas, algún diseño y alguna pequeña arquitectura, pero el proyecto más serio que tengo en este momento es morir con dignidad y sin dar la lata.
¿Y ha aprendido cómo hacerlo? No parece una empresa fácil…
Creo que sí. Lo que pasa es que continúo encontrándome muy bien, cada mañana me sorprendo de lo bien que me encuentro.
Podrán decir que hablo así porque no he tenido un susto serio. Pero tuve un susto relativo cuando me dijeron que existía un 30% de posibilidades de que tuviera cáncer de la próstata.
Un 30% no es una probabilidad muy alta, aunque a mí me pareció altísima.
Todo eso coincidió con las vacaciones y estuve un mes y medio sin saber nada. Me hicieron luego un análisis y salió absolutamente negativo. Pero el susto lo he tenido, y yo creo que estoy preparado.
No estoy preparado para sufrir, pero estoy preparado para morir.
Creo que tenemos que tener una cierta dignidad ante este hecho irreversible e insoslayable que es la muerte.
¿La pandemia de alguna manera le ha afectado o acelerado su aprendizaje sobre cómo morir dignamente?
No. La pandemia me ha aburrido mucho.
Piense usted que en Barcelona hace como nueve meses que está prohibido ir a cenar, los restaurantes tienen que cerrar a las cinco de la tarde. Y si no podemos ir a cenar y a tomar copas, las reuniones con amigos se hacen dificilísimas.
La gente trabaja, no le puedes decir al mediodía que deje de trabajar para que vaya a tomar copas contigo.
Nos enviamos emails, mensajes de WhatsApp… Pero la presencia física es imprescindible. Lo otro es un sucedáneo. No poderse abrazar es muy jodido.
Su libro se titula "Vivir no es tan divertido, y envejecer un coñazo". Sin embargo, usted ha tenido una vida muy plena y muy divertida, ¿no?
Sí, la verdad, lo reconozco. He tenido mucha suerte con mi salud y he tenido mucha suerte de ser joven en los 70, que fueron unos años donde universalmente se dieron muchas cosas apasionantes.
En España, por ejemplo, la muerte de Franco y una pretensión de libertad de todo tipo. Ser joven en los años 70 era fantástico.
Pero cuando digo que vivir no es tan divertido es porque pienso que con frecuencia la vida deja de ser divertida para mucha gente.
Para mis padres, por ejemplo, llegó un momento en el que la vida ya no era divertida, y lo mismo para mucha gente.
Yo evidentemente estoy a favor de la eutanasia. He firmado testamento vital delante de notario para que no me hagan pasar años de mi vida sufriendo y vegetando. Yo creo que hay que aceptar la muerte. Yo he vivido mucho, he vivido muchas cosas. Pero cuando me toque, me tocará.
Si muriera un hijo mío, eso sí que me parecería horrible. Creo que ningún padre ni ninguna madre supera el trauma de perder a un hijo, porque es algo contra natura. Pero que se muera un padre pasa.
Dice también usted que cuando muere alguien sufrimos por egoísmo. ¿Cómo es eso?
Es así. El muerto puede que esté en el paraíso pasándoselo estupendamente, o puede que esté en el purgatorio donde, como decía Oscar Wilde, debe haber más vida social.
Lo que realmente nos mortifica cuando muere alguien es que ya no podemos disfrutar de esa persona.
Un día pensamos: "Ay, voy a consultarle esto, voy a contarle esto otro". Pero esa persona ya no está. Ya no le podré consultar más, ya no podré hacerme unas risas con ella, no podré intercambiar ideas, ya no podré hacer el amor con ella… Es esto lo que nos entristece.
Reconozcamos que la desaparición de una persona nos hace daño porque ya no disfrutaremos más de ella, no porque haya pasado a mejor vida como se ha dicho muchas veces, no porque haya abandonado este valle de lágrimas o esta puta vida, porque vida y puta son dos términos sinónimos.
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