Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Jueves 25 octubre, 2012
Cada vez que se publica un nuevo caso de dopaje en un deportista, me salto la información.
¡Qué carajada más enredada!
Salen a relucir reglamentos, medicamentos, jarabes, pastillas, ungüentos, refrescos, inyecciones, calmantes, yerbas, matas y una terminología demasiado especializada en cuanto a lo legal y lo prohibido que ni las mismas autoridades que las aplican las entienden.
Médicos especialistas; microbiólogos expertos en el tema, la medicina deportiva, chocan frontalmente y mientras el doctor A dice una cosa, el galeno B, indica otra diametralmente opuesta.
Un atleta se toma un jarabe para la tos y sale dopado hasta los tuétanos y otros deportistas desarrollan su carrera pegados a los estimulantes que mejoran su rendimiento y la terminan sin que ningún control de dopaje los descubra.
Puede ser que una sola orinada te lleve al cementerio deportivo, como le sucedió a Maradona y otros “mean” y “mean” después de un evento deportivo y las pruebas salen puras a pesar de que “la procesión anda por dentro”.
Y lo que menos entiendo de esta vaina son las consecuencias tan diferentes para cada deportista pecador o agarrado con las manos (eh perdón) con los orines en la masa.
Ahora resulta que a Lance Armstrong, la Unión Ciclística Internacional lo despoja de todos sus títulos, incluyendo sus sonadas victorias en el Tour de Francia que lo inmortalizaron.
Al pedalista texano lo hundieron, humillaron, exhibieron y lo expusieron a un ridículo y rechazo universal.
Pero resulta, por poner un ejemplo fresco, que los Gigantes de San Francisco les están disputando en este momento la Serie Mundial a los Tigres de Detroit, gracias en mucho al aporte que les dio su jardinero central Melky Cabrera, suspendido en el arranque de la segunda mitad de temporada con 50 partidos por el uso de testosterona.
Cabrera bateaba para .346 con 11 jonrones y 60 carreras impulsadas que en mucho ayudaron a los Gigantes a cerrar la campaña en el primer lugar.
Claro que es distinto un deporte colectivo que uno individual, pero no es justo que a los atletas individuales (y no siempre a todos) se les castigue con todo el peso de la ley (Armstrong) y a otros se les permita pecar, “rehabilitarse” y seguir disfrutando de los millones de dólares que generan en premios, salarios y patrocinios sus carreras.
Personalmente, esto del doping me ha olido siempre a podrido.
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