Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Miércoles 29 diciembre, 2010
Hoy termina la Vuelta.
Nunca he dado cobertura a una de sus etapas en sus 46 ediciones y hay un único responsable: el alcohol.
Sé poco de ciclismo, pero siempre he admirado a sus actores: los pedalistas, para mí y sin sentirlos en carretera, héroes deportivos.
Cuando me atrapó la enfermedad del alcoholismo empecé a sentir sus estragos, sobre todo en los viajes al exterior. Estando en Costa Rica, amanecía de “goma”, se metía uno a la cantina más cercana, tres o cuatro “mechazos” y asunto resuelto, al menos por unas horas.
Pero en el extranjero y dando cobertura a los eventos deportivos que se desarrollaban, había que trabajar fuerte y temprano para cumplir con esa competencia tan sana de escribir la primicia y derrotar al colega del periódico rival. No había tiempo para “desengomarse” y aquello era un infierno.
Recuerdo los Panamericanos en México 1975 o 76 como una experiencia de vida profesional traumática; viajamos a Toluca a ver el juego de la Selección contra la mexicana, cuando nos metieron 7-0. Aquello fue una orgía de alcohol. En el hotel, al lado de Javier Rojas, Isaac Sasso, Rápido Ortiz, don Luis Cartín, el Negro Santor me sentía mutilado; no podía caminar; para ascender a las cabinas del Estadio Azteca, tuve que meterme unos tragos.
¡Estaba liquidado!
Entonces le cogí pavor a la Vuelta; tenía fama de que en ella, algunos periodistas hacían fiesta en cada localidad a la que arribaba. Yo sabía en mi interior que si el periódico me mandaba a informar, de la cama nadie me bajaba.
Por suerte tenía colegas especialistas en ciclismo; mi recordado maestro, don Fernando Naranjo era un experto, de manera que esa obra maestra del deporte nacional que es la Vuelta a Costa Rica, lamentablemente como periodista, siempre me fue ajena.
Cuando perdí mi trabajo por culpa del alcohol y me pasé a vivir en casa de mi madre cercana al Estadio Nacional, uno de los pocos momentos agradables de esa vida miserable a la que te lleva el licor, era ir al coliseo a esperar el final de la Vuelta.
Ahí estuve de pie, de 1981 a 1984, esperando a los héroes, a los campeones, a los líderes de las clasificaciones y los aplaudí frenéticamente, lamentando internamente, cómo no pude estar con ellos en carretera, debido a la adicción maldita a esa droga nefasta que destroza hoy la juventud de nuestra Patria, muchísimo más que el crack: su majestad, el alcohol.
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