Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Viernes 20 mayo, 2016
Jonathan McDonald fue declarado transferible no por su fútbol sino por su personalidad.
Ahora que la dirigencia del Alajuelense lo separó del club y procura negociar con otro equipo su traspaso, pues es ficha manuda por seis meses más, hasta sobra reseñar los logros del delantero en la cancha. Jonathan es muy buen delantero, de los mejores en el medio criollo, de manera que reeditar sus hazañas ni viene al caso porque ahorita encuentra otra cuna. Vale más analizar las causas de su separación que tienen que ver todas con su complicada personalidad.
Por más intentos que hizo la dirigencia del Alajuelense en procura de ayuda profesional extrafutbolística para su artillero, no hubo manera. Con solo repasar su comportamiento en el último juego de la final, se deduce que a Jonathan no le dio la gana o no pudo, sacudirse del monstruo que finalmente se lo tragó como jugador rojinegro. Ahora tendrá que resucitar en otro escenario.
La prensa deportiva nunca lo dejó en paz pero tampoco fue la responsable de su salida del equipo.
A Alajuelense le urgía un futbolista amistoso, sonriente, amable, alegre y sin presiones dentro del terreno de juego. Si McDonald entra a la cancha y le da una palmadita a Keyner Brown y luego se saluda con Pablo Salazar y se sonríe con Óscar Esteban Granados, gestos todos que sí hizo por ejemplo Pablo Gabas, el mismo jugador reduce su presión y le quita rigidez a su juego.
Pero no; una y otra vez topamos con el mismo McDonald “dolor de huevos”, tosco, serio, frontal, de choque, con cara de malo, metido en su mundo y no en el mundo de su equipo, que anota y no celebra, que le pegan y pega, en eterno conflicto.
Agrego un elemento: con solo que Jonathan McDonald hubiera aprendido a sonreír todavía estaría en el equipo. Fueron demasiados los partidos con enorme carga emocional encima; jugaban 22 pero solo él acaparaba la atención. Aficionados, periodistas y patronos pendientes de sus movimientos.
Señores: así es muy difícil jugar.
O nadie, ni sus seres queridos, entrenadores y compañeros, le enseñaron a este rebelde muchacho a sonreír, a jugar sin presión o a él no le dio la gana hacerlo.
Alajuelense decide dejar ir a su mejor delantero dentro del terreno de juego, pero a su futbolista más problemático también dentro de la cancha.
¡Vaya ironía!
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