Entre lo comercial y la épica fatalista
| Lunes 04 mayo, 2009
Crítica de cine
Entre lo comercial y la épica fatalista
“Lobezno” es acción impecable y drama elegante para los orígenes del mito
Madrid
EFE
Tras una trilogía capaz de satisfacer por igual al público mayoritario y a los amantes del cómic de Stan Lee y Jack Kirby, los “X-Men” mantienen el tipo en su vuelta a los orígenes con un monográfico sobre su célebre miembro “Lobezno”, encarnado por el hombre más sexy del mundo, Hugh Jackman.
Después de la frialdad casi intelectual de Bryan Singer con las dos primeras entregas y la pulcra profesionalidad de Brett Turner, el relevo para la primera precuela cinematográfica de la serie lo toma con fuerza Gavin Hood, director sudafricano ganador del Oscar por “Tsotsi” (2005).
Las entregas anteriores sabían arrancar con elegancia y escarbar en el conflicto dramático —y a veces histórico— de estos mutantes que buscan la reinserción en la normalidad, pero que no pueden dejar de dar salida a sus dones extraordinarios.
Pero igual que Lobezno, Tormenta, Gambito y otros miembros del clan mutante dirigido por el profesor Charles Xavier luchan por reconciliar su aspecto animal con el humano, la saga “X-Men” ha mantenido tradicionalmente una batalla entre la acción comercial y la épica fatalista que persigue a los personajes urdidos en las viñetas del cómic.
En “X-Men Origins: Wolverine”, Hood rentabiliza el poder centrarse en un único personaje e inclina la balanza hacia los recovecos emocionales del protagonista, siempre acompañando con factura y movimientos de cámara que dejan claro que detrás hay recursos para despegar hacia la superproducción.
Así, explora la infancia de Logan-Lobezno, en clave freudiana, su descubrimiento del superpoder —en forma de garras afiladas—, su compleja relación con su hermano Víctor —también conocido como Dientes de Sable— y el conflicto por controlar ese don y llevarlo hacia causas nobles y no a la destrucción de su entorno afectivo.
Hood logra con suma eficacia dar prioridad a la emoción antes que a la adrenalina —que también está y es espléndida— y a la interpretación de un muy correcto Hackman antes que a su impresionante despliegue físico.
Pero sobre todo, dilata esa impecable combinación casi hasta el desenlace, donde resurge la artillería de la acción y la orgía de superpoderes que, lejos de crear sensación de clímax, se acerca más al batiburrillo técnico y empaña el conflicto existencial.
Con todo, Lobezno hereda de sus predecesoras la gran virtud de reconciliar a los no iniciados en el árbol genealógico de la “Patrulla X”, quienes disfrutarán de un producto con autonomía para atraparlos, con los fans incondicionales del cómic, que tendrán el incentivo de descubrir todos los guiños para historias posteriores —ya estrenadas— de la saga.
Con ello, vuelve a demostrarse la solidez de una franquicia que, bajo la producción ejecutiva del propio Stan Lee y el genio del entretenimiento de los 70 y 80, Richard Donner, mantiene un encanto indudable, una vibración sin visos de decadencia y muchos recursos dramáticos que seguirán llenando, sin duda, las arcas de Hollywood.
Entre lo comercial y la épica fatalista
“Lobezno” es acción impecable y drama elegante para los orígenes del mito
Madrid
EFE
Tras una trilogía capaz de satisfacer por igual al público mayoritario y a los amantes del cómic de Stan Lee y Jack Kirby, los “X-Men” mantienen el tipo en su vuelta a los orígenes con un monográfico sobre su célebre miembro “Lobezno”, encarnado por el hombre más sexy del mundo, Hugh Jackman.
Después de la frialdad casi intelectual de Bryan Singer con las dos primeras entregas y la pulcra profesionalidad de Brett Turner, el relevo para la primera precuela cinematográfica de la serie lo toma con fuerza Gavin Hood, director sudafricano ganador del Oscar por “Tsotsi” (2005).
Las entregas anteriores sabían arrancar con elegancia y escarbar en el conflicto dramático —y a veces histórico— de estos mutantes que buscan la reinserción en la normalidad, pero que no pueden dejar de dar salida a sus dones extraordinarios.
Pero igual que Lobezno, Tormenta, Gambito y otros miembros del clan mutante dirigido por el profesor Charles Xavier luchan por reconciliar su aspecto animal con el humano, la saga “X-Men” ha mantenido tradicionalmente una batalla entre la acción comercial y la épica fatalista que persigue a los personajes urdidos en las viñetas del cómic.
En “X-Men Origins: Wolverine”, Hood rentabiliza el poder centrarse en un único personaje e inclina la balanza hacia los recovecos emocionales del protagonista, siempre acompañando con factura y movimientos de cámara que dejan claro que detrás hay recursos para despegar hacia la superproducción.
Así, explora la infancia de Logan-Lobezno, en clave freudiana, su descubrimiento del superpoder —en forma de garras afiladas—, su compleja relación con su hermano Víctor —también conocido como Dientes de Sable— y el conflicto por controlar ese don y llevarlo hacia causas nobles y no a la destrucción de su entorno afectivo.
Hood logra con suma eficacia dar prioridad a la emoción antes que a la adrenalina —que también está y es espléndida— y a la interpretación de un muy correcto Hackman antes que a su impresionante despliegue físico.
Pero sobre todo, dilata esa impecable combinación casi hasta el desenlace, donde resurge la artillería de la acción y la orgía de superpoderes que, lejos de crear sensación de clímax, se acerca más al batiburrillo técnico y empaña el conflicto existencial.
Con todo, Lobezno hereda de sus predecesoras la gran virtud de reconciliar a los no iniciados en el árbol genealógico de la “Patrulla X”, quienes disfrutarán de un producto con autonomía para atraparlos, con los fans incondicionales del cómic, que tendrán el incentivo de descubrir todos los guiños para historias posteriores —ya estrenadas— de la saga.
Con ello, vuelve a demostrarse la solidez de una franquicia que, bajo la producción ejecutiva del propio Stan Lee y el genio del entretenimiento de los 70 y 80, Richard Donner, mantiene un encanto indudable, una vibración sin visos de decadencia y muchos recursos dramáticos que seguirán llenando, sin duda, las arcas de Hollywood.