¿Tomaremos consciencia de la inevitabilidad y bondad de la globalización?
Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 18 mayo, 2020
La pandemia que sufrimos con el COVID-19 nos enfrentará otra vez, ojalá más temprano que tarde, a una “normalidad”. Eso lo sabemos. Lo que debatimos sin respuestas seguras son las características de esa “normalidad”.
Una de las incógnitas es que pasará con la dirección y la velocidad de la globalización, que los hombres y mujeres venimos viviendo desde hace decenas de miles de años cuando nuestros antepasados empezaron su migración desde África. La globalización se ha dado con altibajos. Con aceleraciones como la ruta de la seda, los grandes descubrimientos geográficos del siglo XVI, y las dos ondas de acercamiento entre sociedades a fines del siglo XIX y después de la II Guerra Mundial. También con frenazos y retrocesos como los que se dieron al final del Imperio Romano, entre el inicio de la I Guerra Mundial y el fin de la II Guerra Mundial, y a partir de la Gran Recesión. Pero a lo largo de la historia la globalización se ha ido profundizando cada vez más aceleradamente gracias al desarrollo del transporte, la tecnología y las comunicaciones.
¿Qué pasará pos-pandemia? ¿Triunfarán las corrientes nacionalistas y populistas que vienen en este siglo debilitando el comercio internacional normado, las instituciones internacionales, las corrientes migratorias y el aprecio por el comercio y la inversión internacionales? ¿O volveremos a las décadas que sucedieron la II Guerra Mundial con su vertiginosa creación de derecho internacional, cadenas internacionales de valor, turismo, finanzas internacionales y aprecio por la eficiencia de los intercambios de bienes, servicios, personas, capitales e ideas entre las naciones?
No lo se y creo que solo Dios lo sabe.
Hay signos que apuntan en las dos direcciones.
Por una parte, la necesidad de enfrentar el virus SARS-CoV-2 nos llama a la cooperación internacional pues es una calamidad que no podemos resolver solos. Si Nicaragua no aplica las normas para defender la salud y la vida de sus habitantes que las naciones en general están imponiendo, eso no solo afecta los derechos fundamentales y el bienestar de sus habitantes, sino también a nosotros y a quienes viven en otras naciones vecinas. La capacidad de conocer el comportamiento del COVID-19 depende de que se tenga información de su desarrollo en las diversas sociedades. Los éxitos que los países pueden alcanzar enfrentando esta enfermedad, dependen sustancialmente del intercambio de conocimientos y experiencias. Si este coronavirus queda vivo en algún país puede en unos años provocar nuevos contagios en todos. ¿Cómo evitar nuevas epidemias? Imposible sin colaboración entre las naciones. Por todo lo anterior muchos asumen que pasada esta pandemia las naciones estarán mejor preparadas para trabajar unidas y por ello incluso mejor dispuestas para dominar el riesgo del calentamiento global.
Por otra parte, esta pandemia despierta nuestros instintos primitivos y nuestras pasiones y nos mueve a enfrentarnos con el extranjero de donde nos llega la peste. Algunos políticos tratan de evadir la responsabilidad que les compete de guiar a sus pueblos en las duras y desgastantes tareas de minimizar los efectos contra la salud y la vida que esta calamidad genera. Ese enfrentamiento afecta muy negativamente las posibilidades de producción y el ingreso de las familias, y por eso los gobernantes populistas prefieren el escapismo y no asumir sus responsabilidades estableciendo las medidas de aislamiento social. En vez de tomar las medidas para controlar la enfermedad, impedir que se sobrepase la capacidad de los sistemas de salud y disminuir las muertes, se prefiere desviar la atención atacando a otras naciones. Además, la necesidad de luchar contra el COVID-19 lleva a establecer, excepcionalmente, medidas que restringen la libertad y la intimidad de las personas y ello puede ser aprovechado por gobernantes populistas para favorecer sus acciones nacionalistas y estatistas. Por eso algunas personas consideran que la vuelta a la “normalidad” significará dar rienda suelta a las corrientes antiglobalización que ya se venían produciendo.
En Costa Rica desde nuestra pionera incursión en el mercado internacional del café las tendencias en pro de la globalización nos han resultado muy favorables. El comportamiento del Gobierno de Ortega y Murillo ante el COVID-19 debiera fortalecer esas tendencias, pues ha quedado una vez más patente que nuestro bienestar depende de que imperen en el mundo relaciones entre naciones signadas por el derecho internacional. Para facilitar nuestro bienestar y nuestra seguridad debemos esforzarnos porque pasada la epidemia se retome la ruta favorable a la globalización, al imperio del derecho internacional y al fortalecimiento de las instituciones internacionales.
Por eso son de aplaudir tres manifestaciones de estos últimos días. La iniciativa de 52 parlamentarios costarricenses pidiendo a la Organización Panamericana de la Salud realizar “una evaluación externa en Nicaragua que le sirva a los ciudadanos de ese país, a los países vecinos y a la comunidad internacional para conocer la situación de la epidemia en ese país”. La declaración de Expresidentes de IDEA (Iniciativa Democrática de España y las Américas) expresando “preocupación y alarma por la ausencia de información transparente que afecta de modo particular a las poblaciones de Cuba, Nicaragua y Venezuela respecto a la pandemia”. El manifiesto de la Internacional Demócrata de Centro (IDC-CDI) reiterando “la urgente necesidad de que en Nicaragua cesen todas las hostilidades del gobierno y que los derechos y libertades constitucionales sean devueltos a los nicaragüenses sin dilación”.
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