Nota Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Martes 16 agosto, 2016
El campeonato mayor de fútbol está repleto de anécdotas
Tres anécdotas de nuestro viejo campeonato mayor de fútbol.
La primera: Rubén Jiménez, aquel extraordinario extremo izquierdo del Saprissa de las décadas 50-60 era medio mal portadillo; cometía pequeños actos de indisciplina que perjudicaban el bienestar del equipo y de su entorno familiar.
Una tarde de viernes, dos días antes de que se jugara el clásico Saprissa-Alajuelense, “La Rata” llegó a la tienda que Enrique Weisleder, tesorero del Monstruo, tenía en la avenida central por el salario de la semana.
Don Enrique le dijo lo siguiente: lo siento Rubén, pero hace un par de horas vino tu abuelita a retirarlo, supongo que para que no lo desperdiciaras.
¡Ahh bueno!! le contestó Jiménez.
Entonces dígale al Chato Piedra (entrenador del Saprissa) que alinee a mi abuela el domingo.
La segunda.
En el histórico Club Sport La Libertad jugaba un zorro bueno para el “tapis”. En el viejo Estadio Nacional existían un par de fosas pegadas a la pista de atletismo. Este jugador aprovechaba el calentamiento del equipo y metía en la fosa una cuarta de guaro.
Ya en el desarrollo del juego, pedía ejecutar los saques de banda que se daban cerca de la fosa. Adrede empujaba la pelota para que cayera en el hueco y él se metía a recogerla. Aprovechaba el momento hundido en el hueco, abría la “cuarta”, se metía un “mechazo” y seguía jugando como si nada.
La tercera: los jugadores del Uruguay de Coronado, campeones nacionales en 1963, tardaron mucho en darse cuenta porque, cuando terminaba un juego y entraban al vestuario, a todos les faltaban cosas: billetes, monedas, relojes, cadenas y otros objetos de escaso valor.
Ponían la denuncia a los vigilantes de los estadios por la falta de seguridad, que, según ellos, aprovechaban los “cacos” para hacer fiesta.
Les costó mucho sospechar de uno de sus compañeros, un entreala zurdo espectacular que habitualmente salía lesionado 15 o diez minutos antes de que terminara un juego e incluso se hacía expulsar en el cierre de los partidos.
Este jugador aprovechaba que ingresaba de primero al vestuario del equipo y hacía mesa gallega con las pertenencias de sus colegas. A pesar de que los compañeros lo agarraron con las manos en la masa (perdón, en la billetera), en un acto de amistad nunca lo denunciaron, sino que el técnico Santiago Bonilla, maestro al fin le habló para que reorientara su vida y mejorara su comportamiento.
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