Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Miércoles 16 octubre, 2013
¡Qué emocionante!
¡Qué espectacular!
En el minuto 75 la Selección Nacional hilvanó la jugada más bonita del partido y entre Bryan Oviedo, Christian Bolaños y Álvaro Saborío se metieron hasta la cocina de la casa azteca, pero lamentablemente Bolaños remató desviado. Hubiese sido un 3-1 escandaloso; pocos minutos después las gradas estallaron, explotaron, reventaron con el segundo gol de Panamá.
La combinación perfecta, requerida y deseada, sin hipocresías ni juego limpio. México estaba fuera del Mundial a 15 minutos de acción.
Solo que la acción no solo era en La Sabana. Había fútbol en Jamaica y Panamá con intereses múltiples en cada uno de los países. Solo en Estados Unidos y Jamaica dormían tranquilos.
El Estadio Nacional vibraba. El juego estaba caliente.
Costa Rica lo daba todo en la cancha pero México era un adversario de cuidado.
Solo en la primera parte rompieron nuestra retaguardia, metieron un golazo y tuvieron tres opciones más de red. No se podía jugar a la aventura, pero sí se podía poner toda la carne en el asador y así se hizo.
Apenas a los tres minutos del segundo tiempo, Jorge Luis Pinto hizo entrar a Álvaro Saborío por Bryan Ruiz, un cambio que le generó muchos dividendos a la Tricolor. Álvaro finalmente no solo bloqueó el fútbol inteligente del capitán, líder y eje de México, Rafa Márquez, sino que aportó en defensa y ofensiva. Además, metió el gol del triunfo, pescando en el segundo palo un centro de sangre de Cristian Gamboa, la mejor figura costarricense que con riñones fue a la línea final a centrar un pase muy largo de Joel Campbell.
El entorno era perfecto. Costa Rica con poco fútbol colectivo, grandes individualidades, mucho orden táctico y exceso de testículos, derrotaba a la peor versión mexicana venida al país en muchos años, un equipo medroso, desarticulado, inseguro, pero con talento individual y además Panamá se echaba en el bolsillo a los Estados Unidos.
Más o menos en ese trecho se llegó al minuto 90 y el Estadio Nacional era una locura.
De pronto fue inundado por un silencio sepulcral.
Las risas y vítores, las canciones patrióticas, la algarabía y los gritos callaron.
¿Qué sucedió si vamos ganando?
¿A qué se debe este escenario de convento franciscano?
La noticia corrió como pólvora.
Estados Unidos había liquidado a Panamá y México sobrevivía al repechaje.
Tenemos que ser absolutamente sinceros.
La alegría se apagó en La Sabana.
Los ticos queríamos ver a México eliminado.
La vuelta olímpica que les ofrecieron los integrantes de la Tricolor a los aficionados como despedida simbólica del viaje a Brasil no calentó. La “culpa” fue de los canaleros.
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