Kurdistán, año Cero
| Jueves 25 octubre, 2007
Kurdistán, año Cero
• Emotiva coproducción medioriental, muestra que los niños son las primeras víctimas de cualquier guerra
Las tortugas pueden volar
(Lakposhtha ham parvaz mikonand)
Dirección: Bahman Ghobadi. Reparto: Soran Ebrahim, Avaz Latif, Saddam Hossein Feysal. Duración: 1.35. Origen: Irán-Francia-Irak 2004. Calificación: 8.
La imagen de una niña al borde de un precipicio, quien se lanza al vacío, proporciona el marco de “Las tortugas pueden volar”, emotiva coproducción de Irán e Irak, realizada por el kurdo Bahman Ghobadi. Esa inquietante toma inicial recuerda el suicidio del pequeño protagonista de “Alemania, año Cero”, obra maestra del neorrealismo italiano, dirigida por Roberto Rossellini en 1948.
De hecho, existen lazos muy fuertes entre la antigua corriente neorrealista y la obra de autores árabes contemporáneos, como los iraníes Abbas Kiarostami, Mohsen Makhmalbaf o Majid Majidi. Para empezar, está el empleo de una estética pobre, exenta de artificios visuales; y sobre todo, está el propósito de observar atentamente la realidad, denunciando la injusticia.
El relato se desarrolla días antes del ataque estadounidense a Irak, en un campo de refugiados kurdos, cerca de la frontera entre Irak y Turquía. Aquí vive Satélite, un precoz adolescente especializado en conseguir antenas parabólicas, para que los adultos puedan observar las noticias por televisión.
Satélite es el líder de los niños locales, casi todos mutilados e inválidos, los cuales se dedican a desarmar minas para venderlas en el mercado. Pronto, el destino de Satélite se entrelaza con un extraño trío de menores: un muchacho manco, en grado de predecir el futuro; su hermanita, perturbada por el recuerdo de una experiencia traumática; y un bebé ciego.
Al describir las trágicas experiencias de estos chicos, el autor asume el reto de dar un rostro humano y tangible a todos aquellos civiles que sufren en carne propia los estragos bélicos. En su lucha diaria por la supervivencia, ellos son los “daños colaterales” que la prensa menciona fugazmente. Los intérpretes tienden a sobreactuar, gritando y gesticulando en exceso; pero su condición de legítimos mártires, convierte su simple presencia en algo tocante y conmovedor.
Lo que menos convence de “Las tortugas pueden volar” es su discutible contexto histórico. Aquí se justifica indirectamente la intervención militar de Estados Unidos, por haber derrocado al régimen de Sadam Husein. Aunque reconoce que los norteamericanos no cumplieron con su rol de libertadores, Ghobadi evita lanzar acusaciones en su contra. En cambio, se inclina por llevar a cabo un discurso humanista de carácter universal. Haciendo un tímido esfuerzo por sublimar el sufrimiento a través del realismo mágico, llega a conclusiones obvias: la guerra es horrible y los niños sus primeras víctimas.
Aun así, las intenciones de la obra son tan nobles y valiosas, que se puede pasar por encima de sus ingenuidades y recomendarla de todo corazón.
• Emotiva coproducción medioriental, muestra que los niños son las primeras víctimas de cualquier guerra
Las tortugas pueden volar
(Lakposhtha ham parvaz mikonand)
Dirección: Bahman Ghobadi. Reparto: Soran Ebrahim, Avaz Latif, Saddam Hossein Feysal. Duración: 1.35. Origen: Irán-Francia-Irak 2004. Calificación: 8.
La imagen de una niña al borde de un precipicio, quien se lanza al vacío, proporciona el marco de “Las tortugas pueden volar”, emotiva coproducción de Irán e Irak, realizada por el kurdo Bahman Ghobadi. Esa inquietante toma inicial recuerda el suicidio del pequeño protagonista de “Alemania, año Cero”, obra maestra del neorrealismo italiano, dirigida por Roberto Rossellini en 1948.
De hecho, existen lazos muy fuertes entre la antigua corriente neorrealista y la obra de autores árabes contemporáneos, como los iraníes Abbas Kiarostami, Mohsen Makhmalbaf o Majid Majidi. Para empezar, está el empleo de una estética pobre, exenta de artificios visuales; y sobre todo, está el propósito de observar atentamente la realidad, denunciando la injusticia.
El relato se desarrolla días antes del ataque estadounidense a Irak, en un campo de refugiados kurdos, cerca de la frontera entre Irak y Turquía. Aquí vive Satélite, un precoz adolescente especializado en conseguir antenas parabólicas, para que los adultos puedan observar las noticias por televisión.
Satélite es el líder de los niños locales, casi todos mutilados e inválidos, los cuales se dedican a desarmar minas para venderlas en el mercado. Pronto, el destino de Satélite se entrelaza con un extraño trío de menores: un muchacho manco, en grado de predecir el futuro; su hermanita, perturbada por el recuerdo de una experiencia traumática; y un bebé ciego.
Al describir las trágicas experiencias de estos chicos, el autor asume el reto de dar un rostro humano y tangible a todos aquellos civiles que sufren en carne propia los estragos bélicos. En su lucha diaria por la supervivencia, ellos son los “daños colaterales” que la prensa menciona fugazmente. Los intérpretes tienden a sobreactuar, gritando y gesticulando en exceso; pero su condición de legítimos mártires, convierte su simple presencia en algo tocante y conmovedor.
Lo que menos convence de “Las tortugas pueden volar” es su discutible contexto histórico. Aquí se justifica indirectamente la intervención militar de Estados Unidos, por haber derrocado al régimen de Sadam Husein. Aunque reconoce que los norteamericanos no cumplieron con su rol de libertadores, Ghobadi evita lanzar acusaciones en su contra. En cambio, se inclina por llevar a cabo un discurso humanista de carácter universal. Haciendo un tímido esfuerzo por sublimar el sufrimiento a través del realismo mágico, llega a conclusiones obvias: la guerra es horrible y los niños sus primeras víctimas.
Aun así, las intenciones de la obra son tan nobles y valiosas, que se puede pasar por encima de sus ingenuidades y recomendarla de todo corazón.