Vendedoras hispánicas de Avon salvarían la empresa
Bloomberg | Lunes 13 octubre, 2014
Vendedoras hispánicas de Avon salvarían la empresa
Avón se está derrumbando: su fuerza de ventas se contrajo hasta unas 300 mil personas desde un pico máximo de 600 mil en 2004. El valor de mercado durante ese mismo lapso cayó unos tres cuartos hasta $5 mil millones, y la acción bajó un 36% este año. Los cargos por mala gestión y una investigación china por pago de sobornos que derivó en que Avon aceptara pagar $135 millones en reclamos civiles y penales no son más que el punto de partida para explicar el desastre.
Las mejores posibilidades para Avon parecen estar en lugares como McAllen, Texas, una ciudad con una expansión minorista bordeada de palmeras que este verano fue noticia como destino de un número sin precedente de niños no acompañados que cruzaron ilegalmente a los Estados Unidos.
Los 137 mil residentes legales de McAllen son en un 85% hispánicos. Los diez distritos más importantes de Avon en los Estados Unidos son en su mayoría hispánicos. Casi un tercio de las representantes de ventas de alta gama y reclutamiento son de origen latinoamericano.
Si la empresa se hubiera concentrado antes en sus clientes hispánicas, podría haberse evitado algunos problemas, dijo en una conferencia en febrero Pablo Muñoz, presidente de Avon Norteamérica.
Isabel Hernández, ha sido nombrada recientemente vendedora de Avon. Tiene tres hijos —de 16, 8 y 4 años— y un marido, Cristino, de 53 años, que conduce un camión. Viven en una modesta casa de tres dormitorios con un parque grandísimo. Los ingresos familiares alcanzan $35 mil de los cuales solo unos miles provienen de Hernández en este momento. La suma total no llega muy lejos ni siquiera en el extremo de la bota del polvoriento Texas.
Más aún, Cristino tiene diabetes. Toma medicación en forma de comprimidos para su enfermedad. Hernández teme que si los médicos deciden que necesita inyectarse insulina Cristino pierda su licencia de conductor. Una junta médica debería analizar su caso.
Más allá de esta eventualidad alarmante, Hernández dice que su marido ya no sabe cómo hacer para llegar a fin de mes.
El plan es que un día se sume a su esposa como socia en su naciente emprendimiento en Avon. Con apenas un año en la actividad, Hernández gana unos $100 cada dos semanas, de modo que hay mucho trabajo por hacer antes de que la empresa pueda ser un sostén familiar.
“Quiero hacer lo que sea bueno para mi familia”, dice a través de una traductora. Hernández no habla inglés —otras compañeras vendedoras de Avon actuaron como traductoras durante las entrevistas—.
Dueña de una cara redonda radiante y unos ojos marrones cálidos, nació en Soto La Marina, Tamaulipas, México, en 1975. Madre sola, llegó a los Estados Unidos en 2002 con su hija mayor, después de dejar un buen empleo como empleada contable con formación terciaria cuando unos hombres armados rodearon su auto para perpetrar lo que ella define como un secuestro por rescate.
Con una visa de turista que utilizaba regularmente para venir a hacer compras, se mudó a McAllen. Su visa y la de su hija caducaron en 2012, lo cual la convirtió en uno de los aproximadamente 1,8 millones de inmigrantes mexicanos indocumentados. Dijo que está trabajando con un abogado para legalizar su situación.
El hecho de que no tuviera miedo de ver publicados su nombre y sus circunstancias habla de su alto nivel de comodidad en un universo Tex-Mex donde el inglés y el español se entrelazan en prácticamente todas las conversaciones.
En los carteles de las tiendas de empeño en McAllen se lee “Buy Gold Silver” y, más abajo, “Compro oro y plata”. Las zonas comerciales de nivel más alto con concesionarios Mercedes, Michael Kors y otros, atraen a mexicanos ricos que han inventado un verbo para sus paseos caros: “mcllenear”.
Al comienzo, Hernández preparaba tacos y tamales y los vendía en la escuela de su hija por un dólar. En 2005, se casó con Cristino, un mexicano con tarjeta de residencia permanente, y tuvo otros dos hijos.
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