Vinos innovadores
| Lunes 24 septiembre, 2007
Vinos innovadores
Hace unos días, compartiendo la mesa con mis hijos y otros familiares y amigos, saboreamos un vino que han llamado Trio, de Concha y Toro, porque está hecho con tres variedades: Merlot, Carmenere y Cabernet Sauvignon. Nos gustó bastante, aunque no tenemos exactamente el mismo gusto en materia de vinos y tampoco historias de vidas parecidas, algo que, en mi modesta opinión, tiene que ver con las sensaciones que experimentamos al probar un vino y percibir su aroma.
Para quienes no son expertos en vinos, como nosotros, las sensaciones placenteras que se derivan de saborearlo tienen que ver con la experiencia personal. En mi caso, me remiten muchas veces al recuerdo de mi abuelo, quien nos dejó hace muchos años.
Era un italiano del Veneto, que salió de su tierra rumbo a Argentina con su familia, incluida mi madre con 18 años, a principios del siglo pasado, buscando un lugar donde vivir en paz (se iba a iniciar la guerra en Europa), donde disfrutar mucho de las reuniones familiares y acompañar las comidas con buenos vinos. Por eso fue que nací en Argentina, aunque hace muchos años decidí trasladarme a vivir a esta, también hoy mi patria, por amor a un costarricense que ya también nos dejó.
No sé qué habría pensado mi abuelo de este Trio, ya que él era tradicional en sus gustos y buscaba personalmente en su pequeña bodega de la casa, donde los añejaba a su gusto, el que iban a consumir cada día. A mí me parece que hoy estas mezclas son buenas para quienes se atreven a innovar.
Este Trio de 2006 necesita unos 20 minutos aireándose. Al destaparlo tiene fuerte aroma a alcohol y excesiva acidez para mi gusto, pero luego cambia considerablemente y uno puede percibir esa “amabilidad del Carmenere” que anuncia la etiqueta de la botella. Aparece un cuerpo mucho más aterciopelado y muy agradable.
Es entonces cuando, además de acompañar muy bien mi plato de comida, me evoca esas sensaciones que probablemente están en la memoria de mis papilas gustativas desde que, siendo niña, mi abuelo me despertó dándome a probar una “tirita” de pan mojado en la copa de vino que después él se iba a tomar.
Por cierto, esta costumbre familiar de acompañar la comida con vino, nunca trajo a mí la imagen de alguien pasado de copas. Era y es el placer de disfrutar la estructura y el aroma de un buen vino lo que nos gusta, no la posibilidad de abusar.
Hace unos días, compartiendo la mesa con mis hijos y otros familiares y amigos, saboreamos un vino que han llamado Trio, de Concha y Toro, porque está hecho con tres variedades: Merlot, Carmenere y Cabernet Sauvignon. Nos gustó bastante, aunque no tenemos exactamente el mismo gusto en materia de vinos y tampoco historias de vidas parecidas, algo que, en mi modesta opinión, tiene que ver con las sensaciones que experimentamos al probar un vino y percibir su aroma.
Para quienes no son expertos en vinos, como nosotros, las sensaciones placenteras que se derivan de saborearlo tienen que ver con la experiencia personal. En mi caso, me remiten muchas veces al recuerdo de mi abuelo, quien nos dejó hace muchos años.
Era un italiano del Veneto, que salió de su tierra rumbo a Argentina con su familia, incluida mi madre con 18 años, a principios del siglo pasado, buscando un lugar donde vivir en paz (se iba a iniciar la guerra en Europa), donde disfrutar mucho de las reuniones familiares y acompañar las comidas con buenos vinos. Por eso fue que nací en Argentina, aunque hace muchos años decidí trasladarme a vivir a esta, también hoy mi patria, por amor a un costarricense que ya también nos dejó.
No sé qué habría pensado mi abuelo de este Trio, ya que él era tradicional en sus gustos y buscaba personalmente en su pequeña bodega de la casa, donde los añejaba a su gusto, el que iban a consumir cada día. A mí me parece que hoy estas mezclas son buenas para quienes se atreven a innovar.
Este Trio de 2006 necesita unos 20 minutos aireándose. Al destaparlo tiene fuerte aroma a alcohol y excesiva acidez para mi gusto, pero luego cambia considerablemente y uno puede percibir esa “amabilidad del Carmenere” que anuncia la etiqueta de la botella. Aparece un cuerpo mucho más aterciopelado y muy agradable.
Es entonces cuando, además de acompañar muy bien mi plato de comida, me evoca esas sensaciones que probablemente están en la memoria de mis papilas gustativas desde que, siendo niña, mi abuelo me despertó dándome a probar una “tirita” de pan mojado en la copa de vino que después él se iba a tomar.
Por cierto, esta costumbre familiar de acompañar la comida con vino, nunca trajo a mí la imagen de alguien pasado de copas. Era y es el placer de disfrutar la estructura y el aroma de un buen vino lo que nos gusta, no la posibilidad de abusar.