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NACIONALES


Relato de la impotencia

Redacción La República redaccion@larepublica.net | Martes 13 septiembre, 2016


Alejandra Esquivel R. para LA REPÚBLICA


Colaboración Especial Vilma Ibarra

Los días 4 y 5 de setiembre, visité los campamentos bajo techo y los acampados a la intemperie que marcan hoy el paisaje de Peñas Blancas, frontera norte. Los migrantes haitianos y africanos siguen llegando a nuestro país desde Brasil, donde un día fueron acogidos para trabajar y ahora con la crisis económica y la caída de Dilma Rousseff, fueron conminados a salir. ¿Y si no a Estados Unidos, adónde más?
Deldu, frontera norte. No es que antes no vinieran. Tienen años pasando graneados. Pero desde abril llegan en contingentes, entre 176 y 210 al día. Su tortuoso transitar topa en las férreas políticas del orteguismo nicaragüense que ayer nos hizo de cuadritos la existencia con el paso de cubanos pero que ahora nos multiplica ad infinitum los problemas con la tenaz oposición a abrir el paso humanitario. Algo que solo le sirve al coyotaje, que ha duplicado las cuotas de paso, de $600 a $1.000 y $1.300. Y algunos ya no tienen dinero, ni siquiera para alimentarse. Un plato de comida cuesta $4. Bañarse es un lujo. Y hacer las necesidades un impostergable. Y cuando hay 18 baterías sanitarias para 2.500 seres humanos y se rebalsan, no solo el olor es insoportable, sino que el cuerpo obliga a evacuar en cualquier parte. Ni que decir de la basura, que no puede contenerse en unos pocos estañones saturadísimos. Los deshechos compiten en escena con los plásticos atados a palos que sirven de covachas míseras para guarecerse y dormir cuando el cansancio termina por vencer a la frustración de un día más sin resultados.
Deldu a 100 metros de la guardarraya es un perímetro abierto con piso de tierra. Cuando lo visitamos no encontramos presencia estatal alguna. Según Migración ahí caben 1.000 personas; pero hay 2.500. Los migrantes se aglomeran ahí porque la desesperación de continuar el camino los clava lo más cerca que puedan de la frontera. Sobreviven en medio de la suciedad, el polvo, el barro y con poquísima disponibilidad de letrinas y agua; ante el riesgo de una crisis sanitaria y el peligro constante de que se desate un incendio por alguno de los muchos fogones con que cocinan en el suelo.
Mientras tanto, el gobierno luce desbordado, con insuficiencia de recursos y funcionarios exhaustos y los pobladores de La Cruz ya no quieren saber nada más de migrantes. Ni siquiera la Iglesia católica que mandó a poner rejas alrededor de la Casa de Dios. Además, ahora está el factor cultural. Y las siempre propias dinámicas de los flujos migratorios, que se gestionan per se.
En Deldu, los migrantes no reciben comida, ni otros insumos. Cuando fuimos llevábamos un cargamento (insignificante) de donativos. Y ese fue otro problema: no había a quién o dónde depositarlos, y la desesperación por hacerse de un jabón o una pasta de dientes, convirtió la entrega en un caos. Está claro que existe la imperiosa necesidad de organizar alguna forma de recolección y entrega de víveres, ropa y zapatos. Se necesita de todo. Deldu es la expresión grosera de la impotencia de esas vidas a la intemperie y de sus ansias por alcanzar un futuro cualquiera. Tenemos una réplica en pequeño del caótico flujo migratorio global.
Y vienen muchos más. La directora de Migración, Gladys Jiménez, dijo que llegarán 20 mil en próximas semanas y el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, advirtió que serían hasta 50 mil. Cualquiera que sea la cifra es demasiado grande, para no advertir al menos la posibilidad de pérdida de control. Y la negativa del régimen de Ortega ha propiciado el fortalecimiento de las redes de tráfico, el aumento de los precios de paso y la complejidad cada día mayor para atender la situación, porque mientras más aumenta el precio, más difícil será para muchos de ellos pasar, pero también alimentarse y mantenerse en control emocional a la espera de una solución que no se ve. Está claro que no hemos dimensionado lo que está pasando. Es urgente más ayuda. Es necesario que el Ejecutivo organice y dirija esfuerzos colaborativos para que atendamos a esos seres humanos indefensos de forma congruente con nuestra tradición de observancia de los derechos humanos.







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