Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Viernes 22 junio, 2012
Cada vez que se celebra el Mundial de Fútbol y la Eurocopa, brotan los comentarios y las opiniones que desenmascaran la diferencia abismal de la calidad de fútbol que se observa en ese par de competencias, a lo que nos toca presenciar por ejemplo en las eliminatorias mundialistas a las Copas del Mundo, en este momento, Brasil 14.
Muchos lo toman a mofa, a burla y describen con “chota”, lo diferentes que son los partidos de una Eurocopa, como esta tan dramática y emotiva que se juega en Polonia y Ucrania, con lo que se pudo apreciar de positivo, por ejemplo en los dos partidos de la Selección Nacional ante El Salvador y Guyana.
La realidad es que cuando se confronta fútbol de primer mundo, con fútbol de Concacaf, no hay más remedio que aceptar la derrota.
El ritmo de juego, ese término que parece intrascendente pero que resulta vital tenerlo en un equipo de fútbol para jugar distinto y bien, es tan vertiginoso en Europa y tan lento en Centroamérica que obliga a condenar al fútbol de nuestra área, como uno de los peores del planeta, porque calificarlo de modesto es un regalo.
Por estos lados se practica un fútbol que continúa siendo artesanal, como lo calificó la FIFA en época prehistórica y poco o nada hemos avanzado.
Lo lamentable es que si nos ponemos a hacer comparaciones y dejamos de lado el fútbol europeo o el de las potencias suramericanas como Brasil y Argentina; el repunte de Uruguay y Chile y agregamos a la lista comparativa el fútbol de Africa, veloz, potente, sorpresivo y picante y ahora el de Asia, “más mejor”, como dirían algunos por ahí que el de Concacaf, no hay más remedio que aceptar que en Costa Rica y en las naciones vecinas, se practica uno de los “futboles” más malos del universo.
Como el fútbol lo juegan los futbolistas, no tiene explicación posible, a menos que nos remitamos al fanatismo de los dirigentes desde Italia 90 hasta hoy, que a deportistas que hacen tan mal su trabajo, se les haya cancelado durante 22 años, fichajes, salarios y premios que no están acordes con su aporte laboral y que tienen, como consecuencia de ese desaguisado, al 90% de los clubes nacionales quebrado y en bancarrota.
Muchos dirigentes ofuscados y cegados por su fanatismo se equivocaron después del verano italiano y metieron los escarpines a la hora de reclutar a las “nuevas estrellas” y hoy se pagan las consecuencias.
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