Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Viernes 15 octubre, 2010
Llegar al entorno del Dr. Longino Soto Pacheco fue un privilegio.
Una ruta por acá; un sendero por allá y desde luego, una cordial relación profesional entre el dirigente futbolístico y el periodista deportivo nos metió en su círculo, y esto fue un honor.
El camino que nos acercó a don Longino fue su hermano Renato, un deportista completo, excepcional y ejemplo de ejemplos. Todavía don Renato, microbiólogo de profesión, practica deportes en el Tennis Club, como cualquier carajillo.
Diez años en el mundo del baloncesto costarricense, 1970-1980, nos acercaron a la carrera deportiva de Renato, que era técnico y jugador del Tennis y rival deportivo de aquellos muchachones que llenaban el Gimnasio Nacional en los duelos Seminario y Universidad, uno de ellos, Carlos Villalobos, distribuidor de los celestes y yerno precisamente de don Longino. Al tiempo, Carlos se casó con Marianne, la cuarta hija del doctor. Tanya, la primogénita contrajo nupcias con otro gran amigo personal, Eladio Prado, a quien por cierto saludamos efusivamente junto con su familia en el Morera Soto, hace 15 días durante el juego entre la Liga y San Carlos.
No nos dijo nada de que don Longino estaba mal; Pigo Soto, el “cumiche” de la familia fue un buen jugador de fútbol, y Katia, la tercera de la descendencia, se casó con el Dr. Carlos Roberto Páez, el famoso microbiólogo cuyos laboratorios honran la medicina de nuestro país.
Todas estas conexiones lograron que cuando Longino Soto ocupó la presidencia de la Federación Costarricense de Fútbol, lo llegamos a sentir siempre como un amigo, un distinguido amigo y así germinó, siguió y terminó la relación con su lamentable fallecimiento.
La gentileza con que nos atendía en su consultorio en el Hospital México: el encanto de su esposa Antoinette y sus continuas invitaciones para que los visitáramos en su finca de recreo en El Coyol. El trato siempre educado de su hijo Longino.
Italia 90 nos acercó mucho más; el doctor Soto, Marvin Rodríguez y este columnista fueron decapitados en la misma guillotina, lo que fortaleció la amistad.
Murió físicamente un hombre inmortal, un médico que trascendió, un cirujano que hizo historia, un pionero de los transplantes de corazón, milagro de la medicina costarricense que debería otorgarle a Longino Soto Pacheco el título de Benemérito de la Patria.
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