Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Viernes 25 enero, 2008
El fútbol costarricense está enterrado en su propia trampa.
En muy pocos tramos de su larga existencia, muestra una decadencia como la actual, donde causa asombro el pobre desempeño de los mejores clubes en el campeonato de papel y como lógica consecuencia, el flojo accionar de la representación de esos clubes, la Selección Nacional.
Hace rato que el Deportivo Saprissa viene ganando títulos simplemente por ser el menos malo; sin enseñar un fútbol atractivo o en vías de desarrollo, a los morados de Alexandre Guimaraes, Hernán Medford y Jeaustin Campos, les bastan unas pocas jugadas a balón parado para embolsarse las coronas.
El club de las grandes jornadas internacionales, el Herediano, suma no sé cuántos partidos sin que sus delanteros anoten un gol.
El otro grande, Liga Deportiva Alajuelense, dibuja en todas las canchas del país su pobreza balompédica, reeditada con el vergonzoso resultado de antenoche en Liberia.
Puntarenas se sume en un drama abortado por fuerzas ajenas a su entorno caliente; decisiones erradas de sus jerarcas llevaron a la dirigencia naranja a intrusos de otros colores y el barco se fue a pique.
El otro grande, el cuarto grande, el histórico Cartaginés, se debate en las sombras del descenso.
Hemos puesto a futbolistas en su mayoría de muy poca calidad balompédica, en manos de ex jugadores hoy convertidos en ilustres directores técnicos y estrategas, sin títulos académicos de formación futbolística.
Lamentablemente no se pueden abrir los libros del fútbol costarricense; desgraciadamente no se puede repetir lo que se hizo en el mundo bursátil después de los atentados del 11 de setiembre al corazón del territorio estadounidense, cuando se obligó a abrir el secreto bancario y miles de cuentas quedaron desnudas para escarnio de sus propietarios.
El día que los costarricenses conozcamos públicamente el salario mensual de los futbolistas de los equipos grandes y lo que devengan por fichaje y otros menesteres, las cosas empezarían a cambiar, solo por el color de los sonrojos y las vergüenzas.
No alcanza el dinero para contratar directores técnicos de calidad; apenas se pueden pagar unos pocos millones a los jugadores retirados, transformados de la noche a la mañana en Benítez, Bianchi y Mourinho; la tajada grande va para los futbolistas que no conocen ni manejan los fundamentos del juego y si sobra un poco, se ficha a entrenadores extranjeros de no sé qué nivel, como los que acaban de firmar Cartaginés y Puntarenas.
Cuando repasamos el accionar de los entrenadores que trabajan en los 12 equipos de la primera división, se nos hace monumental la figura de un Jorge Luis Pinto, que a pesar de sus errores, resulta un director técnico de verdad, por su responsabilidad, seriedad, disciplina y sobre todo, conocimientos de su profesión.
El fútbol criollo ha tocado fondo y no se ve solución a la vista.
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