Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Viernes 05 octubre, 2007
La alegría y felicidad que mostraron los directivos de Liga Deportiva Alajuelense al terminar el último clásico con empate en blanco es digna de análisis psicológico.
¿Estaban contentos porque no los golearon?
¿Estaban felices porque no perdieron?
¿Estaban alborozados porque empataron?
¿Es este un comportamiento decoroso y respetable de una dirigencia que lidera a un club tan grande como el manudo?
Aplaudir a rabiar un empate contra el bicampeón nacional… ¿no sería más propio de un equipo sencillo y modesto y no del que arrastra las pasiones de la mitad de la población?
¿Por qué hacer público, como lo hizo un directivo rojinegro en un diario nacional, ese sentido de inferioridad?
¿No es que los clásicos son partidos aparte, donde no interviene para nada el estado de ánimo o de últimos resultados de alguno de los contendientes?
¿Tan asustados estaban los directivos de la Liga de que el Saprissa los iba a apalear, que se contentaron con esa igualada tan lógica?
Si bien es cierto el Alajuelense no llegaba al clásico en su mejor momento y venía de ser goleado en Pérez Zeledón, cuando se enfrentan Saprissa y la Liga el pasado se olvida instantáneamente en el momento en que el silbatero nombrado da la señal de partida. Por lo menos así lo dicen los futbolistas de los equipos y en todas partes del mundo a la hora de los clásicos.
River Plate puede estar en la calle, pero a la hora de vérselas contra Boca el pasado se olvida, se crece y todo empieza de cero. Igual Barcelona y Real Madrid y Milán-Juventus.
De manera que no fue buena la actitud de la dirigencia eriza por esa euforia por el empate en blanco, ante un rival que por historia y tradición está codo a codo con su prestigio. Lo que le sucedió a la Liga en la cancha, 15 días o una semana antes del clásico, no cuenta, según lo han expresado mil veces —repito—, los mismos actores.
Esa baja autoestima de los dirigentes alajuelenses, que por lo visto al final del partido, en el vestuario del equipo, fue compartida por el cuerpo técnico y la mayoría de sus jugadores, lo que hizo fue subir el nivel de suficiencia de los saprissistas, quienes, todo lo contrario, salieron de la cancha como si hubiesen perdido el partido.
Esa actitud soberbia de los morados, que por lo menos no debieron frustrarse con un empate ante su rival más enconado, se dio en mucho por el complejo de inferioridad expuesto de los rojinegros.
Con lo sucedido al final del clásico que terminó con un resultado total y absolutamente lógico, no pareció que jugaron los dos grandes de nuestro fútbol, sino un grande, el Saprissa, contra un equipo de tercera división que al final se puso requetefeliz por empatarle al coloso en su patio.
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