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Humberto Ortega es una opción

Foro de los Lectores redaccion@larepublica.net | Jueves 09 diciembre, 2010

Farid Ayales Esna

Autor: Farid Ayales Esna

Conozco a Humberto Ortega desde la década de los 80, del siglo pasado, dirían ahora. Político y militar, jefe del llamado “tercerismo “dentro del sandinismo, integrado por su hermano Daniel y Víctor Tirado. Fue el grupo que siempre detentó el poder desde el triunfo de la Revolución Sandinista.

El “tercerismo” siempre se presentó como una fuerza política más “pragmática” respecto a la ortodoxia a ultranza de Tomás Borge y Bayardo Arce. Los cambios que se sucedieron con la derrota electoral en 1990, sumados a la caída del comunismo real en el mundo, habrían generado cambios en la integración y orientación política de aquellas tres fracciones que formaban el Frente Sandinista.

Humberto siempre fue un líder indiscutible dentro del sandinismo. General de cinco estrellas, gozaba de gran popularidad entre el ejército y las bases del Frente Sandinista.

En tiempo del gobierno de doña Violeta Chamorro, ella y Antonio Lacayo le pidieron a Humberto que dejara el mando del ejército y lo trasladara a quien lo seguía en rango: Joaquín Cuadra Lacayo, hijo de don Joaquín Cuadra Chamorro, prominente empresario cafetalero en Nicaragua (producía más de 22 mil quintales de café por año), presidente del Banco Central durante el gobierno sandinista y pariente de doña Violeta y pariente de Antonio Lacayo, el poder detrás del trono, decían.

Cuando estaba de embajador en Nicaragua, un buen día el general Ortega me pidió un favor personal: trasladar a su esposa Ligia y sus hijas hasta Costa Rica, para que las conociera su abuelo, el papá de Ligia. Humberto no podía venir a Costa Rica por los juicios establecidos en su contra por los incidentes del Cuartel de Alajuela donde murió un policía.

Me comuniqué con el presidente Arias y gustoso acepté la solicitud de acompañar a la familia de Humberto hasta Cartago.

Cuando transitamos en la negociación del Plan de Paz en Nicaragua, el presidente Arias me pidió que dedicara mis esfuerzos para que Nicaragua retirara la demanda que tenía contra Costa Rica en La Haya. En un principio me encontré con la férrea oposición del canciller Descoto que llamaba a la demanda, la última trinchera contra el imperialismo yanqui.

No desistí en mi empeño por que se retirara la demanda y dialogando con Humberto en varias jornadas, a pesar de la oposición del canciller Descoto y de La Habana, Humberto intercedió no solo para que se firmara el Plan de Paz sino que Nicaragua retirara la demanda en contra de Costa Rica todo lo cual se dio en agosto de 1987.

Existen otras anécdotas que sería largo enumerar. Lo que me interesa resaltar es que Humberto siempre ha sido un buen interlocutor nuestro y a través de él podría llegarse a un arreglo sobre el lamentable diferendum en que nos encontramos.

Hace muy pocos días conversé con él sobre el asunto y mostró su buena voluntad.

En esto de las negociaciones políticas, siempre se corre el riesgo de acertar o no, pero soy de los que siempre han creído que con tenacidad y buena fe, se puede avanzar, sobre todo si entre los interlocutores existe buena voluntad.






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