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El candidato/a

Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 18 abril, 2009


Créase o no, tal como suena, candidato proviene del latín y equivale a cándido (cómo cambian las cosas los años), blanco, limpio, puro, inmaculado como las togas que en Roma lucían los aspirantes a funcionario.

Se cuenta que las togas iban abiertas, como los actuales vestidos femeninos, pero para mostrar sus cicatrices, como un símbolo de haber hecho algo digno por la patria. En esto no encuentro similitudes (me refiero a las cicatrices de cirugías de algunas mujeres).

Candidus por tanto es adjetivo que significa igualmente blanco brillante como puro y sincero, lo que a mí me deja un mar de dudas en la medida que por semejanza pasó a convertirse en sinónimo de aspirante.

Veamos los que hasta hace un largo tiempo eran candidatos o aspirantes no políticos aunque en el fondo procuraban ser familiares políticos y eran los que ansiaban obtener la mano de la nena de la casa. Aclaro que esto excluye las tortas, en cuyo caso el candidato pasaba de largo la etapa del noviazgo vigilado para convertirse en el inmediato futuro en marido de la nena.

Aclaro para los más jóvenes que en tiempos no remotos, el noviazgo no era como hoy en Tiquicia, sinónimo de amante, sino de aspirante al matrimonio y como tal, después de los escarceos previos, cuando se exigía seriedad, el paso obligado era pedir la mano de la muchacha de la casa, la que preferentemente tenía un zaguán y una puerta cancel para ejercitarse en las lides prometidas a mediano o largo plazo.

Uno se convertía entonces en candidato pero al vacilón de los amigos, porque a poco llegaba una etapa intermedia de anillerío y por fin, la iglesia y la esperanza de los regalos entre los cuales el dinero era el más apreciado y la figura del “padrino pelado” al que el piberío reclamaba las monedas al aire y que al arrojarlas pasaba a la categoría de bacán (rico) y dejaba de ser pelado (pobre).

Los candidatos siempre son una promesa y aunque nunca sabemos bien qué es lo que prometen, más tarde o más temprano la realidad nos demuestra que estábamos equivocados con nuestras expectativas en relación con el aspirante, cuando al fin deja de aspirar. Y ahora que se acerca la temporada candidatera se empezarán a ver viejas casas pintadas y embanderadas donde aparecerán los afiches de fotos retocadas de los que aspiran a servirnos, a sacrificarse por la patria y los ideales que no llegarán a esbozar porque antes recurrirán a la penosa labor de criticar, denostar y acusar a otros candidatos competidores.

A los electores les importa poco un discurso hecho que no contenga los principios del mercadeo comercial: cubrir sus necesidades, satisfacer sus deseos y solucionar sus problemas. Ahora se ha creado el marketing Político o “Politing”, un híbrido pretencioso creado para “vendernos” la imagen, el interés, la pureza y el encanto de cada candidato, no sus ideas porque se sigue despreciando a los electores su discernimiento y es inevitable no tanto mostrar lo que un candidato puede hacer por los demás sino lo que el aspirante a funcionario parece ser.

Y no importa los millones que se gasten (algunos publicistas pretendían cambiar el verbo gastar por invertir), a los 100 días de ascensión al poder, los funcionarios ganadores empezarán a tornarse insoportables y los perdedores pasarán al desconocimiento y al olvido.

Y habremos derrochado una vez más, un dinero que pudo usarse para educación y cultura ¿o será que los únicos cándidos de este paseo acabamos siendo los electores?

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